El pueblo al que me tocó venir es bastante decente. Con mucha construcción y crecimiento, Alexis suele enviarme a lugares bien feos y poco poblados, pero este realmente me ha sorprendido. Hay buena mano de obra, pero los ingenieros del lugar dejan mucho que desear y por eso caen en las manos de grandes tiburones como lo es la empresa Connolly&Connolly. Aunque sólo mi padre es el que está sentado en la mina de oro.
—Vendré en dos semanas —le aviso al capataz.
—Gracias, señor. No sabía cómo iba a continuar con ese inconveniente.
—Me llama cualquier cosa —me despido e ingreso al auto.
El capataz saluda y se quita la gorra poniéndola en su pecho. Gesto de respeto, y no puedo evitar reírme por eso. La mayoría de los albañiles o maestros mayor de obras, se creen que porque uno no sabe pegar un ladrillo o hacer un revoque, es un inútil o no sabe nada. Lo admito, ellos hacen el trabajo pesado, pero se burlan de nosotros, los que nos hemos quemado las pestañas estudiando por años, y la verdad, ellos sólo son una derivación de nuestro labor, saben lo que saben, porque alguien como yo le transfirió los conocimientos, y en situaciones como éstas donde las papas queman y no saben para dónde disparar, recurren a los bobos que sólo sabemos hacer dibujos y sacar cuentas.
La ruta a esta hora está completamente vacía, no son más de dos horas y media hasta la capital. El trabajo me ha tomado todo el fin de semana y terminé anoche, domingo. Sabía que Julieta estaba en la casa de Tobías por el fin de semana y que recién ayer iba a ir para la casa, pero no me he sentido tranquilo, las ganas de montarme en el auto e ir a verla me hacían dar vueltas en la cama. Por momentos sentía ráfagas de su perfume en mi ropa y la anhelaba aún más.
Ella me espera para mañana o tal vez el miércoles, pero hoy en la mañana como todo estaba resuelto me adelanté y decidí darle la sorpresa. Sé que es muy temprano, y por nada del mundo —ya que Julieta no está trabajando—, se levantaría a las nueve de la mañana. Por eso mismo compré facturas para el desayuno, sé que le encantan, bueno, a ella todo le gusta.
Aparco lejos de la casa para que el auto no haga ruido y que Catán con su llanto no la despierte. Parece que por aquí estuvo lloviendo, la laguna está crecida y los peces casi se salen al borde. Hay más tortugas y patos silvestres, y tal vez en las últimas semanas no le he puesto atención a este espacio, pero ha crecido y cambiado mucho. Es un gran trabajo.
Ingreso a la casa con sumo cuidado y todo está en tranquilidad, a oscuras. Pero percibo un olor extraño, y cuando doy dos pasos descubro lo que es. El pequeño gato chilla porque lo he pisado y lo levanto para que se calle. Ese es el olor, olor a gato sucio. Vainilla viene meneándose y seguro en busca de su hijo. Me agacho y tras hacerle una caricia se lo entrego. Es un cuadro muy bonito y tierno, pero me importa una mierda, quiero a esos gatos mugrosos fuera. A todos menos a Vainilla, verla a ella me recuerda a Azafrán y los tiempos en los que recién todo comenzaba con Julieta.
Entro a la habitación y tras saltar varias cosas tiradas en el piso, me subo a gatas a la cama y acerco a Julieta que se encuentra hecha un bollo en su lugar, ni el pelo se le ve. La descubro y beso su cabeza, aspiro su aroma y sigo besando su mejilla y cuello. Mis labios están fríos pero no me molesta hacerle la maldad, quiero que despierte.
—July —llamo en su oído.
Pero no es como hasta la cuarta o quinta vez que despierta. Se asusta, pero al ver que soy yo se gira y me abraza fuerte.
—Te extrañé —susurra en mi cuello.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor. Dijiste que venías mañana.
—Sorpresa... —canturreo.
—Hueles a frío.
—Me duché antes de venir para aquí —bromeo—. ¿Vas a levantarte? Traje el desayuno.
—Ya —dice. Pero sigue aferrada como una garrapata.
Mientras ella se decidió a ir al baño, yo me dedico a abrir los cortinados y recoger cosas de por ahí. Julieta es muy desordenada, no tiene problemas de ir haciendo desastre por donde vaya. Siempre me recuerdo a su apartamento, el de Av. 9 de Julio, se acordaba de ordenar cinco minutos antes de que yo vaya. A veces creo que vivía gente entre las cosas del suelo. Por suerte tres veces a la semana viene la señora que ordena todo y me lo alivia.
Pongo el agua para lo que ella quiera tomar y dejo las facturas en la mesada. A penas sale el sol y da justo en el techo de chapa del viejo galpón. Me dan ganas de salir a algún lado, de hacer algo distinto con ella, y mi propuesta es irnos a Bariloche unos días, disfrutar de lo poco que queda de nieve y comer chocolate hasta que seamos diabéticos. Pero se lo voy a consultar.—No sé qué debe ocurrir en la noche para que despierte así —comenta entrando a la cocina—, no sé si había un pato en mi cabello...
—En serio te ves terrible cuando te despiertas —bromeo y tomo las tazas.
Justo ella rodea la isla para llegar hasta mí y me mira ofendida por lo que dije.
—No tengo la suerte que tiene tú, despiertas arreglado.
—Porque soy perfecto.
Sonríe y me besa. No es un beso de buenos días, es uno de esos que me revolucionan las ideas. Me acorrala contra la isla y se frota contra mi cuerpo, que no le cuesta nada despertar ante tan maravillosos estímulos.
—No me diste los buenos días —Se queja y se dirige a su lugar de la barra.
—No entiendo por qué aún usas pasta dental de niños —comento y río.
Ella se pone de todos los colores y baja el rostro. Desde que la conozco, y he besado luego de que se cepille los dientes, he sentido la pasta de fresa. Es dulce y agradable, pero me recuerda a mi niñez.
—Es que la otra pica mucho y me da arcadas —comenta vergonzosa—, cada que la usaba contigo me pasaba, por eso siempre llevo mi cepillo y pasta en el bolso.
—Me encanta cómo sabes, pero es algo que me da gracia —confieso y río.
—Peor es tener mal aliento —Pone esa cara de asco y me hace reír aún más.
—Realmente no sé por qué la gente tiene mal aliento —contesto—, no cuesta nada ser limpio e higienizarse. Amo cepillarme los dientes...
—Eso se nota —interrumpe y sonríe coqueta—, esa sonrisa no se cuida sola.
—Lo importante es que haya un motivo para sonreír —replico.
Le sirvo el café con leche que quiso y la observo acabar con gran parte de las facturas. Yo me reservo, tantos días sin hacer nada de ejercicio comienza a acumularse el relleno. Le cuento de mi trabajo y ella de los días con su hermano. Hemos hablado por teléfono durante horas, pero no hay nada mejor que tenerla frente a mí y poder leer sus expresiones.
—¿Qué opinas de viajar unos días? —propongo.
—Me gusta la idea —comenta con duda—, pero no quiero que gastes dinero ni te alejes de tus compromisos, podemos divertirnos aquí —propone—, me gusta mucho esta casa.
—Lo que tú quieras —confirmo.
—Et —llama mi atención con duda—. Me siento una haragana —se queja.
—No me molesta que estés aquí y no trabajes, sabes que no lo necesitas, te he dicho que hay dinero para ti ahí —Señalo la caja de galletas del rincón.
—Puedo hacer las compras y cocinar —propone—, también encargarme de la ropa, de acomodar y ayudarte en tus cosas.
—Si quieres sí. Las compras suelo hacerlas yo, pero tienes el auto y me parece mejor. No me gusta ir al mercado, la gente es muy chusma.
—Podemos hacer las compras hoy, quiero conocer el pequeño pueblo y ver el camino del que me has hablado, ese por el que sales a correr.
—Encantado, el día está hermoso.
Pero Julieta no tiene mucho interés de conocer el pequeño pueblo de chusmas, sino que quiere conocer el territorio que debe marcar. Se piensa que no la conozco, pero yo la vi usar pañales.
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Sempiterno Caos #3
RomanceLa relación entre Ethan y Julieta ha llegado al punto más tóxico, y el hilo se ha cortado. Ambos toman rumbos diferentes e intentan alejarse para así poder lamer sus heridas. Aunque a veces la distancia no lo es todo y ellos los saben, sus caminos s...