Capítulo cuarenta y tres

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Las sombras se desplazaban en su interior, entre las ramas y las hojas de aquellos pinos de gran esplendor y grandeza, ellas se movían sin ser notadas por nadie, algunas se envolvían en los árboles matándolos lentamente y otras se adherían al suelo llenándolo de una maldad maldita y poderosa.

Hasta llegar, hasta encontrar lo que tanto buscaban.

Una cueva en medio, escondida de todos y todo, oculta en la maleza de un bosque oscuro.

La piedra se iluminaba por la fogata encendida donde sus llamas se balanceaban al ritmo del viento escaso de la noche sin luna. Dos personas eran iluminadas por el fuego y el calor, ellas se reflejaban en las paredes de aquel lugar, sus movimientos eran perceptibles gracias a la luz y sus voces retumbaban en el eco de la cueva.

-¡No puedes hacerlo!

-¡¿Por qué no?!

Un suspiro se escuchó, el enfado se sentía en el ambiente mientras que las sombras se escondían entre las oscuridades que la luz no llegaba para tocarlas.

-Las pruebas, las malditas pruebas harán que yo pierda todo por tú culpa

-¿Solo porque lo quieres todo para ti?

La otra voz quedó en silencio, un silencio que solo dio paso al encriptar de las llamas contra los troncos que consumía en su calor, los pequeños murmullos de los cuervos entre los pinos y la magia oscura que se acumulaba entre las sombras.

-¡¿Dime?!

-Si, quiero gobernar toda la creación- confesó en un hilo de voz- Pero lo quiero hacer contigo a mi lado.

-No... no te dejare- se negó- Nunca te dejaría, ya no soy la de antes, ya no soy la sumisa y leal que conociste ¡ya no te pertenezco!

Un viento frío apreció apagando el calor que la fogata brindaba, toda luz desapareció dejando que la penumbra abrazara en sus brazos a la cueva y el frío lo acompañara. El bosque se volvía más aterrador que antes.

Las sombras se desplazaron hasta dentro buscando a aquella que con su maldad opaco a la luz de allí, aquella que con un grito la hecho de su lecho.

-¡Véte! Maldita sea vete y no vuelvas, olvida este lugar y olvida mi existencia- más y más oscuridad se acumulaba en el bosque.

-Yo...-

-¡Maldita sea vete!- ella sin miedo la hizo desaparecer de su vista a aquella persona que con su egoísmo quería quedarse con el mundo y quitarle al suyo lo que le daba sentido y vida.

No podía dejarla.

Cuando la frialdad se fue, cuando los fuertes vientos pasaron, cuando el terror ya dejó de emerger sus rodillas fallaron para caer en suelo, lagrimas como estrellas salían de sus ojos blancos y con sus manos trataba de parar aquel fluido pero fue inútil, su cuerpo necesitaba sacar la furia como la tristeza por medio de aquellas gotas brillantes en sus ojos.

Sus sollozos eran ecos que retumbaban, lastimeros y lamentables.

Había tomado su decisión, dejó a quien en sus brazos la cuidó y le dio un lugar, había visto la verdad ante sus ojos, la cruda realidad que tanto todos habían ocultado.

Le entristecía pero debía de hacerlo, ella debía de proteger a la tierra como también a su propio mundo, aquel que cuidaba de las plantas al otro lado, que acariciaba las flores y arrullaba a las nubes, su amor, su prohibido amor.

✞𝑊𝑖𝑡𝑐ℎ 𝐶𝑟𝑦𝑠𝑡𝑎𝑙✞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora