Capítulo treinta y ocho

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-¡Mamá! ¡Despierta mamá!

Aquel líquido rojo no dejaba de salir de la herida que trataba de tapar con sus diminutas manos, el fuego iluminaba lo que la oscuridad tomaba en su manto de sombras malditas, los gritos de ayuda abundaban, al igual que aquel que hacen las armas de gran filo al cortar el viento que se volvía piel, y los cuerpos caían muertos uno tras otro con ruidos sordos, cada amigo, familiar y ser querido caía como piedras sobre la tierra ardiente de una floresta del propio infierno.

-Hijo huye- le suplicó su madre empujando al pequeño.

El galopar de lo caballos se acercaban y los lamentos menos se escuchaban retumbar, el gruñir de bestias se convertían en gemidos de cachorros al ser aniquiladas.

La mujer no quería que su retoño muriera pero ella no tenía las fuerzas suficientes para mantenerlo con vida.

-¡Mamá no te voy a dejar!

-¡Mátenlos a todos!

✞ ✞ ✞

-¡Mamá!

Sintió como su garganta se desgarró por completo con aquel grito y como agua salía de sus ojos acumulándose para volverse pequeñas lágrimas que recorrían sus mejillas hasta llegar a la barbilla y dejar a su dueño para mojar las sábanas blancas en su caída.

-¡¿Estás bien?!-se alarmó un muchacho pelirrojo que le miraba y le analizaba de arriba a abajo.

El chico levantó una ceja extrañado y con la misma rapidez levantó las sábanas que cubrían parte de su cuerpo encontrando muchas vendas rodeándolo y cubriendo sus heridas.

-¿Donde estoy?

-Estás en la enfermería de la manada Kim- le respondió con una gran sonrisa para que con esta poder relajar el ambiente que se estaba formando entre los dos- ¿Cómo te sientes?- le preguntó.

-Bien, ¿qué pasó?- el joven posó una mano sobre su adolorida cabeza, los recuerdos venían muy distorsionados.

-Te encontré en el bosque, estabas muy herido-le explicó tomando un pequeño recipiente donde había comida recién hecha- Esto lo hice yo, espero que te guste- apuntó.

El saqueador observó al chico pelirrojo y después al plato, no sabía que decir, el nunca tuvo un trato así, nadie lo había curado y menos se habían dignado en dejarlo en una cómoda cama para que descansara y le habrían traído comida.

-¿Estás bien? Te ves raro, ¿te duele algo?- la voz del chico intervino en sus pensamientos sacándolo de su mente.

-Si, es que no se que hacer- confesó mirando sus dedos nervioso.

No sabía que le estaba pasando.

-Con un Gracias estaría bien-sonrió el beta dejándole la comida.

-Eh gracias ¿creo?

Erick le miró comer sin dejar rastro, si que estaba hambriento el saqueador. Pero había una duda en su cabeza que no dejaba de caminar de aquí para allá sin dejarlo estar tranquilo. El ladrón estaba en el bosque, eso estaba claro, pero... ¿qué hacía muy cerca de donde el gran chamán había salido?

Debía preguntárselo si quería sacarse la duda, era ahora o nunca, el gran chamán podría llegar en cualquier momento.

-Oye- llamó cuando el último rastro del recipiente había desaparecido en la cavidad bucal del contrario, este le observó curioso por el tono que había usado- ¿Qué hacías en el bosque de la manada Kim?

-Nada, solo estaba allí y listo- mintió

Erick lo sabía, el era bueno cuando de mentiras se trataba.

✞𝑊𝑖𝑡𝑐ℎ 𝐶𝑟𝑦𝑠𝑡𝑎𝑙✞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora