✞𝑊𝑖𝑡𝑐ℎ 𝐶𝑟𝑦𝑠𝑡𝑎𝑙✞

Capítulo cincuenta y cuatro

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Yang LiúTao el gobernante del reino del este, un vampiro leal a su rey y esclavizado en la guerra eterna. Nunca tuvo motivos para traicionar, el no era de esos que te daban la mano y de ella salían espinas para lastimarte, él odiaba todo lo que tenga que ver con traiciones y debilidades.

Con sus manos sostenía su katana hecha de plata en su hoja, una plata reluciente que cortaba hasta el propio aire, en ella yacían la sangre de todo soldado que ha matado en sus dos vidas, en el mango de tal arma hecha de infiernos se mostraban incrustados diamantes de un negro tan relucientes y a la vez de una calidad exuberante; Tao nunca soltaba a su compañera de guerra, aunque su material lo podría matar con solo tocarlo, él como guerrero sabía manejarla a la perfección, haciéndoles espectáculos a sus seguidores en aquella parte del salón.

-¿Cómo no puedes tenerle miedo a un arma que fue creada para matarle?- preguntó uno de sus súbditos cuando su espectáculo había terminado y los demás desaparecían de su vista.

Observó su querida katana, sabía a lo que se refería aquel vampiro proveniente de su reino.

-Ya estamos muertos pero vivimos sin un corazón que lata en nuestro pecho, no respiramos y tampoco dormimos ni comemos. Igual a esta espada en mis manos, somos solo las armas de nuestro señor- argumentó sin importarle lo que el otro opinase- Así que le pregunto: ¿Cómo se siente vivir en el cuerpo que fue hecho para matarle?-contraatacó de vuelta haciendo que aquel vampiro quedara sin palabras por tales comparaciones.

El súbdito con el orgullo herido se fue de allí dejando solo al guerrero que bebía de su copa y comía alguna cosa que llamase su atención. Él no necesita del alimento humano para vivir, sabía que esas delicias que antes saboreaba cuando podía pasear bajo los rayos del sol, ya no tenían sabor en su paladar, ya no tenían una textura ni un olor que le fuera atrayente, pero el propio gobernante no se querría privar de lo en su pasado había disfrutado; así como otros vampiros que respiraban o dormían a veces para recordar a su humanidad perdida. Todos en algún momento extrañaban su sangre como su piel llena de calor, aunque cuando la tuvieron muchos la odiaban por los débiles que podrían llegar a ser.

Observando a uno de los mayordomos cargar una de las bandejas con algún bocadillo, se acercó tomándolo y llevándolo a su boca. No sintió sabor ni alguna cosa que llenase su estómago, solo polvo y más polvo cuando aquel bocadillo bajo por su paladar.

Pero no le importó en lo absoluto, solo quería imaginar que con solo masticarlo un sabor estaría, dulce o salado, que un olor lo haría babear, que su textura en su lengua lo haría soltar suspiros de satisfacción como antes, cuando fue un humano. Sosteniendo su espada dentro de su funda con fuerza miró su alrededor, notando algo que no encajaba.

Sintió la amenaza.

Sintió el filo del arma.

Sintió aquello que no debía de estar.

Miró donde su interior llamaba y así encontrándolo.

Un caballero de armaduras rojas que tapaba con su capa el arma preparada para matar, este se encogía y caminaba con sigilo y cautela por entre las esquinas haciendo que nadie lo notase, excepto Tao. Sus sentidos como guerrero le gritaban que luchara. Tanto tiempo en las líneas de guerra, tanto tiempo viviendo entre ellas y repitiendo lo mismo cada vez, tenía el conocimiento que aquellos ojos que brillaban por debajo de la armadura de diamantes rojos, eran los mismo de los seguidores de un traidor.

Aunque le parecía extraño aquel vampiro, ese caballero tenía una magia que no parecía ser suya.

Sabía que aquel caballero tramaba algo, algo que no sería bueno y menos en la primera boda de la noche, en aquella donde su rey elegiría a su reina. Siguiéndolo entre la multitud de vampiros desde lejos y sin llamar mucho la atención, así llegando al balcón donde podías presenciar el bosque.