085 - EL ALFA ITALIANO (Parte 1)

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CAPÍTULO OCHENTA Y CINCO

DANTE RAVENMOON


Los altavoces rugen y el escenario tiembla contagiado de la energía vibrante del recinto.

Iluminado por los focos, con el micrófono como una prolongación de mi ser, siento que estoy en mi máximo. Mi voz fluye, intensa y cargada de emoción, derramando cada palabra sobre un público que encarna lo que la sociedad debería aspirar a ser.

Frente a mí, miles de almas conviven en armonía, sin importar raza, religión o especie. Humanos, elfos, ninfas, enanos, gigantes, cíclopes, hadas... Todos juntos, unidos por algo más grande que nuestras diferencias. A pesar de que los seres mitológicos debamos ocultar nuestros rasgos para estar aquí, porque jamás se nos ha permitido existir abiertamente, el sentimiento que despertamos es el mismo para todos. Y, aunque fuera de este lugar alguien albergue rencor, al mezclarse con el público, esa chispa de hostilidad se disuelve en el ambiente, incapaz de perturbar la paz que nos une.

Somos la especie que gozamos de mayor respeto por la historia. Nosotros éramos la guardia de los antiguos reyes.

Frente a mí, el público vibra con una energía contagiosa y desbordante. Rostros iluminados, ojos que brillan como estrellas y bocas que corean cada palabra junto a mí. Entre ellos, desde uno de los palcos privados, Derek destaca, disfrutando cada momento como si fuera el primero; ya se sabe todas las canciones.

Los aplausos y gritos inundan el estadio al final del tema, una ola de entusiasmo que recorre cada rincón. Antes de iniciar la siguiente canción, me quito la camiseta, tomo un largo trago de agua y dejo que el resto se derrame por mi cuerpo, refrescando la euforia que me consume. Con una sonrisa cargada de la misma energía con la que salí a conquistar el Deutsche Bank Park, me preparo para seguir dominando el escenario.

No hay noche en que me haya arrepentido de subir al escenario, que me haya arrepentido de quemar las cuerdas y darlo todo. Aunque sé que no todos los que compartimos el gremio somos iguales.

La luna nos regaló voces para que cada noche le dedicaremos una canción que la conmoviera, sin embargo, en tiempos modernos, usamos el don para movernos al ritmo de una sociedad consumista. Aun cuando la mayoría vivimos en pueblos aislados de la civilización necesitamos fuentes de ingresos, ya que, para empezar, una abundante caza llamaría la atención de las autoridades. Todavía peor, la Orden. Los que cantamos tenemos cierta inmunidad, nuestra fama nos protege, ya que no pueden hacer desaparecernos de golpe sin levantar sospechas entre los humanos. Temen que el pánico por nuestra existencia sacudiera la civilización, eso dicen, pero desde mi opinión lo que en realidad les asusta es que se posicionarán a nuestro favor.

A pesar de que son los humanos los que han matado a cientos de miles a través del tiempo, honestamente, no los odio, porque tras cada concierto, experimentando la unión, soy incapaz de condenarlos por las acciones de unos pocos. Solo aquellos que destacan de intelecto por su ausencia son quienes generalizan, luego está Gunther, que a pesar de su inteligencia su rencor es mayor. Aspecto que comparte con muchos licántropos que no ven más allá del sufrimiento. Tampoco los culpo, pero no pertenezco al grupo aun cuando acciones y palabras mías hacen creer lo contrario.

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