081 - EL DÍA DE LOS CONFESOS

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CAPÍTULO OCHENTA Y UNO

DEREK SALVATORE


Setenta y dos horas, treinta y tres minutos y cincuenta y ocho segundos desde su desaparición.

Volví a comunicarme con el Ruso. El juró cero implicación en la desaparición y le creí. Después de dos años en que estuve distanciado de ella le sobraron oportunidades para tenerla. Ni una aprovecho, así que sería estúpido creer que ahora que nuestro negocio está por llegar a su final lo estropeé.

Deseamos a la misma mujer. La diferencia reside que él ante pondría el trono de la Bratva a ella y yo daría todo lo que tengo por abrazarla cuatro segundos, aún si luego no puedo tenerla.

Mientras esté a salvo no me importará nada.

Trágicamente, no es el caso. Y, aún si el Ruso no está implicado, si puede estarlo algún familiar suyo por los que jamás quemaría la mano, lo está investigado. De mi parte, estoy removiendo hasta el alcantarillado de la ciudad, he bloqueado las salidas del país; aéreas, navales y terrestres. Obviamente, los líderes y sus compinches, los medios de comunicación, han maquillado la situación para que no se extienda el pánico entre las cucarachas, cosa que no es igual para los barrios marginales que arden. Hombres Salvatores y fuerzas armadas se han unido por la causa.

Todo por la falta de un chip.

Debería haber sido la primera en tenerlo, pero la estupidez que cargo sin querer invadir su espacio ha jugado en contra. Se lo tendría que haber puesto hace dos años tras el accidente.

Soy capaz de aprender y dominar las habilidades más sorprendentes en cuestión de pocas semanas, pero soy incapaz de corregir errores.

Me odio más de lo que lo hizo la puta que me parió.

A cada hora recibo la actualización de las diversas áreas de búsqueda sin novedades. Amargado sin igual, salgo a fumar al jardín, ya que dirijo la operación desde mi mansión.

Estoy utilizando el mejor equipo del mundo, y creando un software de rastreo a un nivel avanzado que de saberse, las grandes potencias pagarían millonadas por su obtención. Accediendo a cualquier aparato conectado a la red inalámbrica que el programa usaría para acceder a las cámaras, analizando el entorno con la finalidad de dar con el objetivo. En este caso sería Soraya. No obstante, antes de que el programa opere me quedan horas de programación que no dispongo. Cada hora pérdida el peligro para ella aumenta. Ya van sesenta y tres.

—¿Dónde estás?

Odas aterriza en el hombro agotado. Tiene la misma desesperación que yo para encontrar a su madre. Tanto que se descuida. Si no fuera por mí estos tres días ni hubiera comido, ni bebido.

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