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Otro domingo aburrido en este pueblo aburrido que me tocó vivir

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Otro domingo aburrido en este pueblo aburrido que me tocó vivir. Sí, es cierto que el pueblo de San Pablo es el más seguro que existe por el momento, nací aquí y me he criado aquí de toda la vida, sin embargo, siento que no pertenezco a este lugar, no me emociona, no le veo ese encanto que le ven mis hermanos mayores, ni a mi madre. Dormir y que te despierte el gallo a las siete de la mañana, no es divertido.

Soy la única hija viviendo con mi madre, a pesar de mis casi 19 años, después de todo, mi hermano Alexander y mi hermana Laila ya están casados, los únicos solteros somos Uriel y yo.

―¿Vas a ir con eso a la iglesia? ―preguntó mi madre―. Ponte un abrigo, hace frío el día de hoy.

«Bonita manera de decirme que me cubra», pensé, pero será mejor no resistirme, ya he peleado con ella muchas veces esta semana y hoy la tengo que acompañar a ir a misa, ya que Uriel anda descansando después de estar casi dos días sin dormir por su trabajo de montacarguista.

Busqué un abrigo, el más aburrido que tenía, uno de ese feo color marrón, que lo hace parecer sucio, lo ideal para una tediosa iglesia.

―¿Ya estás lista? ―preguntó mi madre, entrando a mi habitación, luego me detalló, hay algo en su mirada que me dice que no está conforme con mi solución―. Bueno, por lo menos abriga bien.

Íbamos a ir a pie, pero menos mal que nos ayudó el vecino... Bueno, en realidad nos ayudó por mi madre, ya que se conocen de toda la vida y a él no le agrado mucho, a mi parecer, no me dice nada, es indiferente, solo me hace preguntas por educación, no por simpatía, a veces comenta sobre mis hermanos.

―¿Y cómo le va a Laila con su marido? ―le preguntó a mi madre.

―Muy bien, señor Santiago, actualmente están planeando tener hijos, ya sabe, mi hija Laila siempre quiso ser madre de tres hijos.

Yo volteé los ojos, me enoja que hablen de ella y de lo buena que es, se podría decir que Laila es la favorita de todo el mundo, mis hermanos la adoran, los vecinos también, las señoras no dejan de hablar de lo suertuda que es al casarse con un clérigo y de ser la modista más reconocida del pueblo. En cambio, yo, la hija menor, la que no logró conocer a su padre antes de que pereciera, la que se atrevió a tener un amorío pasajero con un chico de ciudad a los 15 años. La que deshonró a su madre, la que le causó muchos dolores de cabeza, solo era una sombra de mis hermanos, tal vez incluso una desgracia.

―Sí, recuerdo que ella siempre quería ayudarme a cambiar los pañales a su hermanita ―comentó mi madre.

―¿Qué? ¡Mamá! ―dije, no sabía esa anécdota, pero me siento avergonzada de eso.

―Ya llegamos ―dijo el señor Santiago, estacionando la camioneta.

Sonó la gran campana, mi madre me sostiene del brazo, como si tuviera miedo de que me escapara o algo así, ojalá pudiera. Nos sentamos en la sexta fila de bancos a la izquierda, mi madre saludó a otras señoras, ellas, en cambio, solo me miraron y asintieron en forma de saludo.

Vi que un joven me miraba, estaba a dos bancas delante de nosotras, cuando se sintió descubierto, apartó la mirada, yo sonreí, a lo cual, sentí un codazo de mi madre en la costilla, era una manera de decirme que me comportara, que no la avergonzara.

Miré hacia la entrada, me di cuenta de que allí está Icarus El Ermitaño, en la última fila, es el único en ese banco. No sé qué edad tendrá, solo sé que me causa intriga y miedo el hecho de que ande siempre con esa máscara, lo único visible de su rostro son sus ojos. Las personas dicen que su rostro está quemado, que por eso lo oculta, creo que él mide dos metros, es demasiado alto. Es el hombre más grande que he visto en este pueblo.

Volví a mirar hacia el frente, no quiero cruzar miradas con Icarus El Ermitaño, con esos ojos oscuros que me desagradan; a pesar de que las personas tengan una buena opinión de él, a mí me da un poco de miedo, ni siquiera lo conozco en persona.

Miré al sacerdote, el padre Rafael, un hombre de alrededor de sesenta años, es muy querido en el pueblo, creo que tiene trece años aquí, o algo así me dijo mi madre, la verdad es que no me interesa mucho.

No presté atención, ni siquiera cuando mi madre me ponía la Biblia en la pierna y me señalaba el versículo que dice el sacerdote. El tiempo se me fue volando, hasta que empezó el tiempo de oración después de recibir la hostia, todos se arrodillaron para hacer oración, a excepción de mí, solo miré a mi alrededor, doy gracias de que mi madre no me obliga a hacer tal cosa.

El chico de al frente no me volvió a mirar, qué lástima, me gusta su rostro y apariencia, no estoy segura si sus ojos son verdes o miel, bueno, solo sé que son claros, un rasgo que me gusta.

Por fin terminó la misa, he bostezado unas cuantas veces, todos salieron de la iglesia, a excepción de Icarus El Ermitaño.

Este es el prefacio de mi historia, espero que les haya gustado.

Este es el prefacio de mi historia, espero que les haya gustado

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El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora