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Nueva propuesta laboral

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Nueva propuesta laboral


Cuando salí de la casa de Raúl, en vez de tomar un taxi para irme a mi departamento, decidí caminar, me ayuda a relajarme a pesar de todo, así aclaro mis pensamientos y disfruto un poco del paisaje. Algunos camiones sueltan un humero que me hace toser un par de veces, aunque es aguantable.

Camino por el parque, la única zona verde más cercana, los árboles hacen fila alrededor del sendero de asfalto. El sonido reconfortante de los pájaros es opacado con las bocinas de los autos haciendo fila, también los insultos de los conductores impacientes, tal parece que hubo un trancón, no sé si por el exceso de vehículo porque hubo algún accidente.

«Menos mal que voy a pie», me dije con buen humor, intentando hacer a un lado todas mis preocupaciones, aunque se amontonarían esta noche. Un lado positivo es que ya no necesito ir a clases, solo faltaría la ceremonia de graduación, aunque no tenga muchas ganas de asistir.

Después de caminar un par de cuadras mirando las vitrinas de las tiendas, intentando no ser arrollada por algún motorizado, por fin llegué al complejo de apartamentos donde vivimos. Saludo a una vecina, una mujer mayor que anda con su bastón, ronda alrededor de los 70 años, pero a pesar de eso, siempre intenta caminar firme y deslumbrando elegancia.

Por otra parte, subí hasta el quinto piso, apartamento E04, lo bueno es que la mayoría de vecinos son personas mayores, no hacen mucho ruido y la mayoría son amables, a excepción de la señora Fabiola, una amargada con todas las letras, una vez nos regañó solo porque escuchó a mi hermano usar la licuadora a las 7 de la noche, la hora en la que ella iba a dormir. La cerradura de nuestro apartamento viene con truco incluido, el cual, hay que sacudir la llave de un lado a otro para que se abra.

Encontré a Uriel en la cocina, un poco raro, ya que él suele llegar más tarde, pero su presencia hizo que mis hombros se sintieran menos tensos, mi corazón se siente reconfortado con su presencia.

Él voltea mientras fritaba una chuleta y alza las cejas.

―Ah, Denise, qué bueno que viniste, ¿quieres un poco? ―señala la sartén―. También hice papas fritas.

Ya he comido, pero creo que hay un poco de espacio en mi estómago.

―Dame un pedazo de chuleta y las papas, no me sirvas arroz, no me quiero embutir de comida ―digo mientras me tiro en mi cama y casi reboto al piso―. ¿Esto acaso en su vida pasada fue un trampolín?

―Nunca arrojes tu celular ahí ―comentó Uriel en tono de broma mientras adobaba otro trozo de carne de cerdo―, si es que no quieres decirle adiós tan pronto.

―No, gracias, no quiero perder otro celular.

El sonido del aceite hirviendo y el aroma delicioso a carne frita casi hace que se me olvide que almorcé. Hubo un silencio entre nosotros mientras yo revisaba mi celular, hasta que comento con voz perezosa:

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora