En un pueblo tranquilo, vive Denise, una chica que está harta de su entorno y cotidianidad. Trabaja en una librería reconocida, pero ella desea salir de allí y conocer más allá de su pueblo, alejarse de todas las personas que considera aburridas.
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Una silenciosa promesa
Después de pasar toda una noche casi en vela, también alguno que otro mensaje con Icarus, en los cuales, no he mencionado en ningún momento sobre la idea de irme a Parvus con Uriel. Sé que dije que lo pensaría seriamente, sin embargo, la sola idea de pensarlo me llena de líos la cabeza.
El día siguiente desperté como si hubiese dormido bajo un montón de rocas, mi cuerpo se sintió pesado y mis ojos arden un poco al no descansarlos las horas necesarias, mi cabello está hecho un desastre, se hicieron varios nudos que se me hicieron difíciles de desenredar, detesto halar mi cabello, mi cuero cabelludo es muy sensible en ese aspecto.
A pesar de mi poca energía y sentirme débil por el frío, hice todo lo posible para trabajar de forma normal, es un lunes muy frío, estuvo nublado todo el día y la baja temperatura me ha calado los huesos. Me miré al espejo de bolsillo y noté que mis mejillas están rojizas y calientes, solo espero que solo sea un método de defensa de mi cuerpo para permanecer caliente y no sea una posible fiebre. En fin, para poder subir un poco la temperatura de mi cuerpo, marqué al número de la cafetería y pedí un buen chocolate caliente, sé que no me iba a quitar el sueño, pero beber un buen chocolate en un clima tan frío es reconfortante.
«Pero nada es más reconfortante que beber el chocolate caliente que prepara Icarus», se me viene a la mente todas las veces que bebíamos frente a su chimenea, siempre había tenido la sensación de que Icarus no era alguien que la encendiera mucho.
A los minutos, llegó Natalia, con su uniforme rosa con negro, llevaba puesto un abrigo ligero que apenas cubría sus brazos, sonríe al verme y me saludó como era de costumbre. Me entregó mi pedido.
―Me salvaste la vida. ―Recibo mi envase de chocolate caliente―. Me estaba muriendo de frío.
―Y eso que solo estamos a 18°, esperemos que no te enfermes otra vez como aquella noche de Navidad. ―Coloca una mano en su cintura y pasa su otra mano por su largo y sedoso cabello.
―Ni me lo recuerdes, ni siquiera sentí el sabor de la comida aquella noche. ―Abro la esquina de la tapa blanca del envase y doy un sorbo cuidadoso, no quiero quemarme―. Luego de eso, me la pasé en cama hasta que se terminó el año. ―Doy otro sorbo de chocolate―. Por cierto, te tengo que contar sobre algo.
Le conté sobre el tema de mi hermano Uriel y sobre que me quiere llevar con él a Parvus, ella me escuchó con mucha atención, noto una ligera expresión poco usual en ella, pero intento no ponerle mucha atención.
―Bueno, es una buena oportunidad para ti ―me dijo con un poco de lentitud en sus palabras―. Siempre has querido ir a la ciudad, ¿no era tu sueño escapar de este pueblo?
Me quedo en silencio y siento que mis mejillas se calientan. Es cierto que siempre me quejé de este pueblo, pero no creí que este día llegaría, el día en que me dijeran que podía irme, aunque sea por cuatro años.