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Sentimientos contra la razón

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Sentimientos contra la razón


Me sentí acelerada al pedalear como si mi vida dependiera de ello, creo que les hubiese ganado a varios ciclistas profesionales en este momento, aunque mi condición física no es muy prometedora. Tuve que pedir perdón varias veces por casi causar un accidente en mis ganas desesperantes de ir hacia la casa de Icarus. Sentí que mis pulmones se estaban quemando tras mi esfuerzo, incluso dejé de sentir el frío del clima.

Cuando llego al sendero, bajo de la bicicleta, me tambaleé al sentir mis pies en la tierra, sintiéndome invadida por un cansancio en todo mi cuerpo, pero no cedí ante eso. Hice todo lo posible para no caerme en el sendero junto con mi bicicleta, la tela de mi ropa se está pegando a mi espalda y mi garganta quema, suplicando por al menos una gota de agua. Tras tanto esfuerzo por subir, veo a Rocinante desatado, pero no está pastando, anda un poco inquieto, como si tratara de ver por las ventanas de la casa, al verme a mí, el corcel relincha y sacude algo de tierra con una de sus pezuñas.

Recargué mi bicicleta en el establo, saqué las cosas de la canasta a tiempo, antes de que mi único medio de transporte se desplomara en el piso. Voy al pórtico y toco la puerta, la cual está visiblemente asegurada.

―¡Icarus! ―llamo, al no recibir respuesta alguna, vuelvo a tocar la puerta―. ¡Icarus! ―Me asomo por la ventana, no veo nada, está tapada por las cortinas, algo que no es común en él. Vuelvo a la puerta, sintiéndome exhausta, pero volví a tocar―. ¡Icarus, ábreme!

Toqué varias veces, con el paso del tiempo, mis llamados se hicieron más intensos junto con mis golpes a la puerta, hasta que me rendí. El cansancio y la frustración por no ser atendida por él, hizo que solloce, intenté que el llanto no se escuchara, creo que mi garganta no se siente bien.

«Él no quiere ver a nadie ahora, Denise, ni siquiera a ti» dijo mi mente, como si fuese un pensamiento intrusivo.

Intento secarme las lágrimas con la manga de mi abrigo, hago todo lo posible para calmarme y me doy la vuelta para irme. Mis piernas temblaron tanto que pisé mal un escalón y caí al suelo, se me cayó la bolsa con la compra, la máscara la protegí con mis brazos por instinto. Me golpeé la cabeza con el suelo y me quejé, escuché a Rocinante relinchar tan fuerte que mis oídos zumbaron. La puerta se abre y yo intento sentarme.

―Denise. ―Icarus fue rápido hacia mí, se puso de cuclillas y me ayudó a mantenerme sentada―. ¿Te hiciste daño?

―Me duele la cabeza ―digo sin poder controlar el llanto esta vez.

«Ya, Denise, ya no llores, pareces una niña.»

Icarus empieza a tantear mi cabeza con su mano hasta que me quejo de dolor, a lo cual, empieza a sobar mi golpe y a susurrarme para tranquilizar mi llanto:

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora