Extra 6

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No sé si enojarme o sentirme en un extraño paraíso. Una de mis ventajas, es que puedo pasar el tiempo que puedo con Isabel, ver dibujos animados con ella, hacerle su comida sin apresurarme por llegar tarde a trabajar, ayudarle con sus tareas, aunque solo sean cosas de colorear y pegar frijoles para formar la letra F. Isabel tiene cinco años, habla con mayor claridad y me pregunta muchas cosas. Mi desventaja: es luchar con las ganas de dormir e ir al baño a cada rato.

Otra ventaja es que puedo salir al lugar que quiera, pero no he tenido mucho ánimo últimamente, me siento cómoda aquí, mirando la televisión con mi hija, ordeñando la vaca por la mañana ―a menos que Icarus lo haya hecho primero―, revisando el gallinero a ver cuál de las cuatro gallinas puso ese día.

La adquisición de animales ha aumentado, incluso tenemos un perro: un mucuchies de nombre Sherlock. El cual, un día vino Icarus con un cachorro, me emocionó mucho, porque siempre quise un perro, ¡pero no sabía que iba a ser un perro grande! Es como si mi hija hubiese adquirido un caballo personal. Tengo suerte de que el comportamiento de cachorro intenso se le haya pasado rápido, es un animal de carácter tranquilo.

―¡Isa, ¿ya hiciste tu tarea?! ―le pregunto mientras intento hacer la cena, aunque ahora me cuesta un poco.

―Sí, mami ­―me contesta, mientras dibuja en un papel.

Sherlock está echado en el piso de la cocina, como una alfombra a blanco y negro. Cuando bajo la mirada, siempre me mira como un cachorro suplicante, pidiéndome de lo que estoy cocinando. Lo admito, su mirada funciona al punto de que se me olvida de que es un primo cercano de un San Bernardo.

Siento una pequeña avalancha de patadas en el vientre que casi me topa por sorpresa. Este niño es inquieto, ahora mi mayor miedo es que se parezca a mí, pero bueno, supongo que al principio nadie está preparado para ser madre de un niño rebelde.

Sherlock se levanta de golpe y corre hacia la entrada, jadeando de alegría y moviendo la cola, luego escucho el sonido de cascos de caballo. Isabel deja de dibujar y baja de su silla para ir a la entrada también. Escucho la puerta abrirse y escuchar tanto a Isabel como Sherlock saludando a Icarus con alegría, esto hizo que se me dibujara una sonrisa en el rostro.

―¡Bienvenido! ―le digo desde mi lugar.

Icarus entra a la cocina con Isabel en brazos, viéndose muy a gusto en los brazos de su padre y la miro con una ceja alzada con cierto humor.

―¿Ya terminaste la cena? ―Frunce levemente el ceño―. Te dije que la iba a hacer yo.

―Estás cansado del trabajo.

―Lo estoy, pero ando un poco paranoico, a veces pienso que te vas a caer en cualquier momento. ―Luego de eso, a pesar de las quejas de Isabel, Icarus la bajó―. No me mires así, Isa, te cargaré luego, lo prometo.

Por alguna razón, esas palabras fueron suficientes para que Isabel dejara de hacer un puchero y asintiera. Genial, ahora resulta que mi hija me manipula más a mí que a su padre. Me siento estafada, a mí me dijeron que iba a ser al revés.

De forma inesperada, Icarus me alza en sus brazos, haciendo que grite de sorpresa por eso. Apagó la estufa con una mano y luego me llevó a la sala.

―¡Oye, ya bájame! ―Él me hizo caso y me bajó, haciendo que me siente en el sillón. Me crucé de brazos―. Ni siquiera me dejaste servir la cena.

―Ya casi vas a tener a Dominic, intenta no adelantar la fecha de parto, la última vez me tomó por sorpresa.

En eso, Sherlock aparece para recostar su cabeza en mis piernas y mover la cola. Sin pensarlo, acaricio el pelaje detrás de sus orejas. No aparto la mirada de Icarus con un ceño fruncido que en realidad no es de enojo. Icarus me da un beso y eso es suficiente para que se me olvide que estaba fingiendo molestia.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora