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Una novia feliz

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Una novia feliz


Las semanas en el pueblo pasaron en un abrir y cerrar de ojos, bueno, más bien meses. Es como si apenas ayer hubiese llegado al pueblo y a pesar de todo, estoy muy feliz. Laila me ofreció trabajar con ella en su tienda, ya que necesitaba a alguien que atendiera y vendiera su ropa por el horario diurno, ya que hay un montón en el área de fabricación. Me quedé maravillada al ver que su tienda ha prosperado tras esos años en la que estuve ausente.

Me acostumbré a llevar el uniforme, aunque cada vez que salgo de trabajar, me lo quito, porque no me gusta la idea de pasear con un vestido, aunque me gusta el hecho de que me resalte un poco los pechos sin necesidad de un escote. Laila es muy fan de los vestidos clásicos de Europa, así que los uniformes de sus empleadas eran de un color verde tan oscuro y un poco apagado; pareciese que hubiera una fusión con una camisa blanca de botones, la cual, el cuello estaba rodeado de un listón igual de verde que la parte inferior; eso sí, no nos olvidemos de los botines negros con pompones.

―¿Está listo el vestido que pedí? ―me preguntó una mujer que parece tener la misma edad que yo.

―¿Tiene el recibo con usted? ―La miré, esbozando una sonrisa.

―Así es, ya se lo paso. ―Ella abrió su cartera blanca y sacó una billetera bordada en hilos, formando flores en las esquinas―. Aquí está.

Al pasarme el recibo, busco en la computadora su número de registro, esperando a ver si estaba en el almacén. Sale una señal en verde, indicándome que el vestido que pide está en el almacén, un vestido de novia, tal parece.

―Ya le traigo el vestido, señorita ―le digo, a lo cual, veo cómo ella relaja los hombros.

Cruzo por la tienda hasta el almacén, en donde hay una pila de ropa empacada con el nombre del cliente y del recibo, estaban ordenadas por orden alfabético. Siempre que entro a este almacén, me mareo al ver tantos nombres y números, pero ya no es como en el principio. Saco el vestido empacado, los vestidos de novia siempre se empacan en algo que se llama "Caja secreta", en la que la caja simula ser una caja de juegos de té.

Al llevar la caja ante la clienta, sonrió de genuina felicidad.

―Muchas gracias ―me dice.

―Con gusto, señorita, felicidades por tu boda.

Ver a esa mujer con un anillo de promesa y esa sonrisa reluciente, admito que me hizo sentir algo extraño, como si quisiese estar en su lugar. Es cierto que ya no me parece malo la idea de casarme, pero el miedo de terminar como Raúl ―o peor, como Luciana―, era lo que más me daba inseguridad.

No te dejes llevar por la emoción del momento.

Las palabras de Raúl permanecían en mi cabeza, es cierto que ya no soy tan emocional como antes... ¿Por qué demonios estoy pensando en matrimonio?

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora