En un pueblo tranquilo, vive Denise, una chica que está harta de su entorno y cotidianidad. Trabaja en una librería reconocida, pero ella desea salir de allí y conocer más allá de su pueblo, alejarse de todas las personas que considera aburridas.
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Laila, la más querida
Llegué a casa cuando estaba cayendo el sol, tuve una persecución con una gallina. Mi mamá sabe que me demoré porque quise, aunque es cierto que me pregunta a dónde estuve, al principio llamaba a Natalia a ver si yo estaba con ella, menos mal y se le quitó esa costumbre cuando cumplí los dieciocho años.
―¿Cómo te fue en el trabajo? ―me pregunta ella cuando me ve entrando a la casa.
―Muy bien, hoy visité a Alexander por un rato ―le dije, ella asintió.
―¿Cómo está él?
―Muy feliz, le está yendo bien.
―Gracias a Dios.
Noto que mi madre ha acomodado todo el lugar, es raro que le dé un ataque de limpieza los lunes, a menos de que haya visitas el día de hoy, por lo cual, no me causa un buen presentimiento.
―Dentro de poco vendrá tu hermana y su esposo a cenar con nosotros ―me dice.
Frunzo el ceño cuando la menciona, lo que me temía, la visita es la doña perfecta junto a su esposo, no tengo ningún problema con Arturo, por el momento, mis cuñados me caen muy bien; el problema es con ella, con Laila, cualquier cosa que ella hace, es aplaudida por todos, detesto su personalidad de mujer buena que no rompe ni un plato, a veces pienso que se cree superior, incluso obtiene todo lo que quiere, incluso cautivó a Arturo Castillo, quien era un soltero cotizado y difícil de acceder para muchas mujeres.
Yo solo me meto a mi habitación, tiro mi bolso a la cama, me quito la ropa y me ducho, amo tener un calentador de agua, gracias a Uriel, podemos vivir con ese lujo en cada uno de nuestros baños. Al salir, me pongo una camisa escotada de color amarillo y unos shorts grises.
«No quiero salir de mi habitación». Lo último que quiero es ver a mi hermana.
Escucho que tocan mi puerta.
―¿Ya estás vestida? ―Abre la puerta sin esperar contestación, luego frunce el ceño―. ¿Vas a estar así vestida para la cena?
―No voy a salir a cenar ―dije, sin dejar de mirar la pantalla de mi celular.
―Tienes que salir a cenar, por algo estás muy delgada, vas a acabar enfermando.
«Y sigue con eso», la verdad es que mi peso es normal, es solo que mi contextura es delgada, por mucho que se lo diga a mi madre, ella nunca lo va a entender, ante sus ojos, parezco una desnutrida, aunque mi propio cuñado le diga que estoy bien de salud.
―Por favor, Denise, ven a cenar con nosotros ―me suplica.
―Bien, voy ―contesté sin ganas.
Me mira complacida por mi respuesta, es difícil negarme cuando me suplica, siempre tengo la sensación de que se pondrá a llorar si sigo resistiéndome, bueno, supongo que sus lágrimas me generan cierta repulsión hacia mí misma, ya que la mayoría de ellas, son por mi culpa.
Escucho que tocan la puerta de la casa, me levanto con pereza y me dirijo al comedor, me senté mucho antes de que ellos se aparecieran, solo escuché sus saludos entre ellos y mi madre.
―Buenas noches, cuñadita ―me saluda Arturo.
―Buenas noches, Denise ―saluda Laila.
―Buenas noches ―les digo sin mucho ánimo.
Veo cómo Arturo le aparta una silla a mi hermana para que ella se siente, ella carga un vestido verde, de seguro que, hecho por ella misma, a pesar de no estar escotado, hace notar el buen tamaño de sus pechos, incluso creo que se ven más grandes por el embarazo, cruzo mis brazos sobre el mío.
―Escuché que Laila no puede comer mucha grasa y tampoco lácteos por la noche, así que le hice algo especial, un poco de crema de espinaca y algo de arroz ―dice mi madre.
―Muchas gracias, mamá ―dice ella―. Últimamente, comer lácteos por la noche me causan náuseas.
―Ya sabe, los síntomas del embarazo ―añade Arturo con una sonrisa―. Faltan tres meses para saber el sexo del bebé.
―Ay, pero qué bueno ―dice mi madre.
Al poco tiempo empezamos a comer, ellos siguen charlando mientras tanto, yo intento ignorarlos, pero me es imposible, ya que ellos a veces me preguntan cosas y yo contesto de forma cortante, para que se den cuenta de que no estoy de buen humor.
Me molesta el hecho de que mi madre y mi cuñado digan lo hermosa que se ve Laila estando embarazada, yo la veo igual, solo que, con la panza algo redonda, estoy perdiendo un poco el apetito. Siempre ha sido así, Laila siempre ha sido alabada, por su cabello rizado, su piel tostada, sus ojos verdes, su forma de hablar y de comportarse... por todo.
―¿Qué nombres tienen pensado para mi futuro nieto o nieta?
«Bueno, hablar del bebé es menos tedioso que hablar sobre Laila». Es cierto que me causa un poco de emoción la idea de conocer a mi futuro sobrino, aunque lo más probable es que lo quiera tener lejos junto con su madre.
―Bueno, habíamos pensado que, si es una niña, la llamaríamos Amanda y si fuese un niño lo llamaríamos Dante ―informa Laila.
Mi madre se cubrió la boca con asombro y con los ojos brillantes de alegría, a veces creo que Laila solo quiere usar ese nombre para que mi madre tenga un nieto favorito, ya que nuestro padre se llamaba Dante, ya me imagino a mi madre orando para que salga varón.
―Si tu padre estuviera vivo, estaría muy orgulloso de ti, Laila, eres una mujer maravillosa.
Me levanto de mi asiento, llamando la atención de ellos tres, y digo:
―Se me quitó el hambre. ―Acomodo la silla y me retiro.
―¡Denise! ―me llama mi madre.
―Mamá, déjala, se le va a pasar, no te preocupes. ―Escucho a Laila antes de irme a encerrar a mi habitación.
Me tumbo a mi cama y me cubro con la manta, me quedo pensando un momento, mi madre tiene razón, si mi padre estuviera vivo, estaría muy orgulloso de su hija mayor.
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