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Un día especial

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Un día especial

El día siguiente, estuve despierta a las siete de la mañana, me hice el desayuno y miré algún programa en la tele antes de que mi madre despertara. Todavía sin poder creer que estoy aquí, bebiendo un buen café por la mañana, abrir la ventana y sentir la brisa fresca mañanera golpear mi rostro; el olor a tostadas que invadía la casa; el bello paisaje que podía vislumbrar por las ventanas de mi casa, que se parecían a algunos cuadros campestres que poseía Raúl en su casa, los cuales, me quedaba admirando, con añoranza. Todos mis sentidos despertaron en satisfacción y comodidad.

Nunca creí que iba a sentirme tan bien en mi hogar, del que antes me quejaba. Usaba una ropa cómoda y bonita, unos jeans grises y una camisa amarilla que poseía un estampado un poco simple que decía "Life of Summer" en color negro, no es mi camisa favorita, pero ese día se sintió especialmente cómoda, junto con las zapatillas de tacón bajo que parecía que tuviese colchones por dentro que acariciaban mis pies con tal comodidad.

Le dije a mi madre que iba a pasear por los alrededores un rato, a lo cual, ella asintió y me miró con una sonrisa.

Mi bicicleta no estaba, me dijeron que, con el tiempo, de tanto permanecer guardada, algunas piezas se dañaron por el desuso y la humedad con la que había sido expuesta. Me dio igual, contaba con mis pies como medio de transporte, ese día solo deseaba pasear por el lugar y mirar todo.

Respiré profundo mientras subía hacia el mercado, miré las casas, algunas lucían exactamente igual desde que me fui, otras habían sido un poco modificadas por nimiedades. Tuve suerte que el sol no estaba muy fuerte a estas horas. Vislumbré un tractor a poca distancia mientras caminaba cerca de aquel campo extenso, pero lo que me llamó la atención, era la persona que lo conducía. No sé si pudo notar mi mirada, pero el conductor alzó la el rostro y se detuvo con su labor.

―¿Denise? ―preguntó con el ceño fruncido lleno de extrañeza.

―¿Axel?

Axel usaba un sombrero de paja para cubrirse del sol, su piel estaba bronceada y ya no se veía tan delgado como antes: sus brazos habían agarrado masa muscular y sus manos se veían callosas. Incluso me atrevía a decir que luce mejor ahora. Él bajó del tractor de un salto y caminó despacio hasta estar frente de mí, posando las manos en su cintura.

―Mucho tiempo sin verte ―comentó él, se veía un poco incómodo, como si no pudiera iniciar una conversación―. ¿Cómo te fue en Parvus?

―Muy bien, me pude graduar, pero extrañaba mucho el pueblo. ―Suspiré y lo miré con ojos entrecerrados, admito que toda traza de arrogancia que había conocido en Axel parecía haberse esfumado de su rostro―. Creo que la ciudad no es para mí, ¿cómo va con el trabajo?

―Ah, bien, estaba despejando un poco el campo para la siembra de arroz.

―¿Y tu abuelo?

Hubo una traza de tristeza en su rostro tan fugaz que apenas pude percibirla, él aclaró su voz y esquivó mi mirada antes de decir:

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora