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Pantuflas rosadas y películas

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Pantuflas rosadas y películas


Habíamos hablado de una forma tan amena, ignorando todo lo que estaba a nuestro alrededor, pero ese momento hermoso fue interrumpido por la llegada repentina de una posible tormenta, el ventarrón azotaba el techo, fue tan fuerte que levantó la falda de mi vestido al punto de que casi imito la pose icónica de Marilyn Monroe.

Icarus, quien ya había terminado, resguardó a Rocinante en el establo, intentando que el corcel no se alterara, ya que relinchó de miedo ante el sonido de un relámpago; en cambio, yo, sosteniendo mis faldas, intenté ponerme las zapatillas, cuando por fin me las puse con dificultad, con dolor en la zona de los tobillos, me levanté, dispuesta a correr ignorando el dolor, no quiero recibir las gotas de lluvia que caerán sobre mí.

Varios mechones estaban esparcidos por mi rostro, molestándome para ver, el dolor en mis pies ya era insoportable para mí y sentí que cada vez estaba más lejos del pórtico. Cuando de repente fui alzada por Icarus, no me dejó tiempo para procesar, ya que llegamos a la casa muy rápido antes de que empezara a llover fuerte gracias a él, quien me había alzado como una princesa.

Escuché su respiración agitada, su alivio al cerrar la puerta y creerse a salvo de la lluvia; puedo sentir el ritmo de su corazón, bombea tan fuerte que es muy fácil escucharlo sin necesidad de apegar mi cabeza a su pecho.

―¿Puedes ponerte de pie? ―me pregunta.

―Sí, puedo hacerlo ―digo, intentando mantener mi orgullo.

―Muy bien.

Él afloja su agarre y me pone de pie en el suelo, eso hizo que sintiese una punzada en mis pies, sobre todo en la zona de los talones y tobillos. Hago el intento de no demostrar que me duelen, me doy la vuelta y doy un paso hacia el sofá, creo que mi expresión adolorida me delató, porque Icarus volvió a alzarme, pero esta vez de la cintura, luego me llevó al sofá y me sentó en él.

―Discúlpame, ¿me dejas revisar tus pies?

―¿Por qué tienes que revisar mis pies? ―interrogué con mi voz alterada.

―Solo quiero ver en dónde te lastimaste. ―Me mira con ojos serios y sinceros―. Será mejor que no uses esos zapatos por ahora.

Yo le sostengo la mirada, tragué saliva y asentí, dándole permiso de revisarme.

Él se posicionó frente a mí, de cuclillas, me sacó las zapatillas con cuidado de no lastimarme más y con su toque delicado para unas manos tan fuertes, examinó mis pies con atención. Por mi parte, quería taparme el rostro de vergüenza, parezco imbécil, el toque de un hombre no debería erizarme la piel. Los hombres que he conocido en el pasado, cuando me tocaban, lo hacían de forma descarada, esperando algo de mí, a diferencia de Icarus, que no hay ninguna malicia en sus toques y en sus acciones.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora