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Atuendo arruinado

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Atuendo arruinado


Mi alarma con el sonido de un gallo ― porque se trataba del gallo de mi vecino―, me despertó temprano, a pesar de que quisiera ignorarlo, es difícil, el gallo tiene un canto muy fuerte que me retumba los oídos. Me levanté de la cama, está muy desordenada, había un cojín en el piso, pero por lo menos Rufu no se cayó.

Al principio me iba a poner mi camisa amarilla escotada, pero preferí ir con una camisa blanca de botones. No sé, hoy tenía ganas de verme entre elegante y linda, así que me puse una falda corta de color negro y pantimedias oscuras, lo malo es que las zapatillas que tengo parecen más deportivas, pero no importa, eso es fácil de disimular.

Me demoré tanto en arreglarme que tuve que guardar el maquillaje en mi bolso y salí disparada, sin siquiera desayunar, otra vez tendré qué gastar dinero en un pan, pero no importa. Me despedí rápido de mi mamá.

―¡Pero no comiste! ―me grita cuando estoy subiéndome en la bicicleta―. ¡Vas a enfermar si no comes!

―¡Comeré allá, no importa! ―le respondo.

Empiezo a pedalear, es cierto que tengo un poco de hambre, espero haber traído dinero suficiente para comer algo que me calme un poco. A la primera cuadra, una puta gallina corre detrás de mí y me picotea las piernas, casi pierdo el equilibrio.

―¡Déjame ya, Turu, ni siquiera me he metido contigo! ―Freno, agarro mi mochila y cuando se me acerca, la amenazo con golpearla―. ¿Estás en tus días, o qué mierda te ocurre, paloma estúpida?

Turu es una gallina enorme de color blanco, siempre parece tener un problema conmigo... o con el color negro, tal vez por eso anda buscando picotear mi falda. Me miro las piernas, hizo un pequeño hueco en mis pantimedias.

«Maldita Turu.»

Decidí huir de esa gallina loca antes de que vuelva a perseguirme, genial, lo que me faltaba, mi día no puede haber empezado mejor. Intento llegar lo más rápido posible a la tienda, creo que me dio más hambre al llegar, me aceleré tanto que me sentí un poco débil.

Abro la librería, la limpio superficialmente, me siento en mi escritorio y saco mi paleta de maquillaje para hacerme unos retoques. Detesto ver mi cara pálida en el espejo, en un lugar donde las mujeres más bellas tienen una piel tostada y colorada, una piel demasiado blanca como la mía se asemeja a los cadáveres, incluso Alexander, que es igual de pálido, tiene mejor color en las mejillas que yo.

Al poco tiempo, llega mi jefa, no tuve tiempo para arreglarme mejor, creo que estoy un poco despeinada por el viento.

―¡Buen día, Denise! ―Me mira de arriba abajo sin quitar su sonrisa―. Pero miren qué tenemos aquí, pareces una secretaria. ―Agarra algo de mi cabello―. Si omitimos la pluma.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora