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Flor de diamantes

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Flor de diamantes


No hubo respuesta alguna en dos días, así que decidí dejar eso de lado y seguir con mi trabajo. Como dice el dicho, lo que no te mata, te hace más fuerte. ¿A quién engaño?, esto me afecta de sobremanera, el hecho de no saber nada de Icarus me hace sentir angustiada, también que mi mente está en otro lado cada vez que intento concentrarme en algo.

Continúo con mi trabajo con toda la normalidad que puedo, vinieron algunas personas que deseaban alguna ropa específica a medida, otras que buscaban sus pedidos y algunas que se medían la ropa disponible en la tienda. Fue un día tan ajetreado que mis pies dolieron, sobre todo los talones; tuve que acomodarme el cabello varias veces, porque estaba hecho jirones y la apariencia era algo que había que cuidar.

―¿Quiere que le agarre más? ―le pregunto a la mujer que se está probando una falda.

―No hay necesidad, no se me cae y no hay nada que un buen cinturón no arregle ―me dice con cierta modestia.

Hmm, no creo que le quede bien un cinturón, es un tipo de falda que no está hecho para ello ―comento―. Insisto, puedo arreglarlo en poco tiempo, así se lo podrá llevar a casa, ¿le parece?

La mujer me miró con cierta duda en su mirada, pero mi tono insistente pareció haberle hecho ceder, ya que asintió ante ello. Hice las medidas para saber cuánto necesitaba agarrarle a la falda, me la entregó y me encargué de agarrarle. Escuché un tintineo en la puerta, otro cliente había llegado. Cuando termino de coser, le entrego la falda a la joven, quien no dejó de mirar al visitante.

―Buenas tardes, joven, ¿qué necesita? ―le pregunto al hombre recién llegado.

Se ve más joven que yo, lo más probable es que apenas esté en sus veintes, su tez como el trigo hacían contraste con sus ojos azules como el cielo despejado, aunque había algo que me inquietaba de su presencia y era que parecía una muñeca con una mirada tan neutral como la de un carnet de conducir.

―Buenas tardes, vine a recoger un pedido de mi hermana, he traído la factura.

―Muy bien. ―Antes de que él saque la factura de su bolsillo, veo a la mujer mirándose al espejo con la falda retocada―. ¿Qué tal esta vez? ―le pregunto.

―Está genial, muchas gracias ―me dice, pero luego vuelve a mirar al joven que me tiende la factura.

Agarro el trozo de papel y leo el nombre de Ileana Ochoa, se me viene a la mente el rostro de aquella joven morena que había venido con su madre, fue fácil darme cuenta de que se trataba de la familia materna de Icarus. Intento no darle mucha importancia, así que solo digito el número de factura y veo la señal verde en la pantalla.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora