En un pueblo tranquilo, vive Denise, una chica que está harta de su entorno y cotidianidad. Trabaja en una librería reconocida, pero ella desea salir de allí y conocer más allá de su pueblo, alejarse de todas las personas que considera aburridas.
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Dulce Hogar
Fueron días tranquilos, solicité mi diploma de forma personal, a lo cual, la universidad accedió. No me pude despedir correctamente de mis compañeros, apenas y pude despedirme de Tiffany, Francisco y Viviana, aunque admito que me dio igual el despedirme de los demás.
Vendí algunas de mis pertenencias, también trajimos otras con nosotros en la camioneta de Uriel, en un viaje de más de dos horas seguidas, sin parar, aunque nos diese hambre, solo frenábamos ante la luz roja. Uriel me dejó conducir su camioneta por media hora, a cambio de que no hable, es algo que él me enseñó, ya que me distraigo mucho cuando hablo y eso podría provocar un accidente.
En medio del camino, Uriel encendió la radio de su camioneta y colocó música llanera, luego colocó la canción El chofer de Vicente Fernández, del cual, cantamos a todo pulmón, me sorprende el sabérmela. Lo bueno es que en los semáforos se paraban muchos vendedores, así que mi hermano compró algo para amortiguar cualquier hambre.
―¿Y de verdad saben que vamos a llegar...?
―Mira al frente ―me dice en tono de reproche―. Sé que te gusta hacer contacto visual mientras hablas, pero no hay necesidad de hacerlo mientras manejas, Denise.
―Amargado ―le digo entre risas mientras me fijo que la carretera vieja ya no se ve tan vieja―. Oh, parece que asfaltaron el camino.
―Era de esperarse, es la una ruta rápida entre San Pablo y Parvus.
Nos topamos con varios camiones de carga de varias marcas de productos que conocemos, entre ellos, la marca que está dispuesta a contratar a Uriel, lo cual, me pone feliz, nunca creí que San Pablo iba a sacar mucha mercancía.
Cada vez que cruzaba una curva en la carretera, intentaba hacerla con precaución, ignorando mis ganas de sentirme en una película de Rápidos y furiosos. Hubo uno que otro animal en el camino, sobre todo caballos salvajes, son comunes por estas zonas.
El letrero de bienvenida de San Pablo hizo que diese un suspiro, que mis hombros se relajaran y sintiera un cosquilleo de emoción en mi ser. Hemos llegado a nuestro hogar al fin, después de más de cuatro años, aquí estamos. Hubo indicios de lágrimas que amenazaron con salir, pero me contuve. Sentí mi espalda pegajosa de sudor, haciendo que la tela de mi camisa se adhiriese a mi piel y me diera algo de asco; Uriel andaba en camisa de tirantes, muy suertudo de su parte, él si tuvo en cuenta las condiciones climáticas a diferencia de mí, sin olvidar que dentro de la camioneta parece hacer 30 grados.
―¿Cuándo vas a reparar el aire acondicionado? ―Me echo aire con la mano.
―Tendrás que esperar, no soy capaz de reparar todo dando un bastonazo en el suelo, ni que fuera Nanny McPhee. Voltea a la izquierda. ―Saca un chicle de su cajuela, lo saca del envoltorio y lo mete en su boca―. En dos cuadras, sigue a la derecha.