En un pueblo tranquilo, vive Denise, una chica que está harta de su entorno y cotidianidad. Trabaja en una librería reconocida, pero ella desea salir de allí y conocer más allá de su pueblo, alejarse de todas las personas que considera aburridas.
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Conociendo a los Cadín
Con los días, he hecho un sinfín de cosas para que Icarus no usase su brazo lastimado; por otro lado, estaba Natalia con sus comentarios sarcásticos sobre mi papel de enfermera, lo más probable es que lo tenga harto, aunque no me ha dicho nada al respecto, tampoco lo vi de mal humor. Esas semanas, fueron maravillosas para mí, incluso he descubierto facetas de él que yo misma desconocía, una de esas, es que, a pesar de no gustarle bailar, tenía mejores movimientos de baile que yo; otra, es que sabía hablar inglés e italiano.
—Puedo entender que sepas inglés, es normal que el magnate del pueblo lo sepa, pero ¿italiano?, ¿por qué sabes italiano? —le había preguntado mientras hacíamos juntos un suflé de chocolate.
—Mi abuela materna es italiana, mi madre creció en un lugar bilingüe, luego me enseñó su idioma, aunque no lo dominaba del todo, más bien aprendí por las malas. —Se encogió de hombros, había algo en su mirada que me hacía querer saber más de él—. Mis tíos me hablaban en italiano con la intención de que me frustrara por no entenderles. Supongo que les funcionó la jugada.
—A ver, háblame en italiano —incité, con el sentimiento de emoción retumbando en mi pecho.
Icarus cuando habla o canta en inglés, siempre hacía que mis hormonas se disparaban y contenía el aire para evitar soltar un suspiro muy evidente. Esta vez, Icarus me mira con una media sonrisa mientras corta trozos de chocolate amargo y con esa misma sonrisa, me responde:
—No, quiero evitarme vergüenzas. Sigo siendo un pronunciador torpe —confesó, con una sonrisa.
Aquel día, el suflé de chocolate salió delicioso ―aunque me empalagué muy rápido―, los siguientes días fueron mejores, a pesar de mis pocas actividades en la cocina desde el momento en que nací, por alguna extraña razón, le estaba encontrando el gusto de cocinar. Icarus una vez me dijo que cocinar se le hizo relajante a partir de sus diecisiete años, aunque es más satisfactorio ver a alguien más disfrutar de lo que él mismo había cocinado. En uno de esos días de reposo para él, le pedí que me enseñara a cocinar otros platos y así lo hizo, Icarus es mejor profesor de lo que imaginé, incluso le dije que hubiese sido un buen chef, cada vez que se lo menciono, se ríe ante esa idea, ya que nunca se le pasó por la mente.
A pesar del alivio que sentí cuando me mostró que le quitaron los puntos de su brazo, una parte de mí hubiera querido seguir ayudándole, estar cerca de él; por lo menos me alivió el saber que aún se consideraba como mi profesor de culinaria.
Un domingo, en el cual me invitó a conocer a su familia a petición de su tío Iván, salí con él después de misa, sin darle explicaciones largas a mi madre, casi todo se lo explicó él y admito que me sorprendió lo emocionaba que se encontraba ella ante la idea. Al principio me pregunté qué medio de transporte usaría, aunque era obvia la respuesta ante esa pregunta: Rocinante.