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Una agradable conversación

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Una agradable conversación


Los días pasaron, fueron comunes, por no decir que eran aburridos y rutinarios. El día de hoy, la señora Tiana me lo ha dejado libre, sin embargo, no me quise quedar en casa, salí y fui a la cafetería donde trabaja Natalia, a pesar de que ya desayuné en casa, tal vez me compre un pequeño bocadillo mientras la visito, solo espero que no esté muy ocupada.

Estaciono mi bicicleta y la amarro a un poste para que no se caiga, suspiro, necesito ponerle pintura nueva, tal vez le pida el favor a Uriel, después de todo, antes era pintor en un taller de autos.

Me quedé pasmada al ver al otro lado de la calle: una carreta y el enorme caballo al que está sujeta. Miré por los amplios cristales de la cafetería, puedo ver al dueño de aquella carreta y del caballo, está sentado en una mesa cerca de la ventana, está viendo el menú. Mi corazón se acelera del nerviosismo.

Suspiro y entro a la cafetería, no veo a Natalia, me imagino que anda ocupada en la cocina del local, hay un montón de asientos ocupados por personas que están en lo suyo, el único desocupado es aquella silla libre de la mesa de Icarus Cadín. Junté todo el valor necesario para acercarme a él y pregunto:

―¿Este asiento está ocupado?

Él aparta su mirada del menú, sus ojos se cruzan con los míos, luego él empieza a observar alrededor antes de volver a verme.

―No, no está ocupado.

«Supongo que se estaba cerciorando si todos los asientos estaban siendo ocupados. Como si tuviera muchas ganas de sentarme con él.»

―Ah, muchas gracias. ―Aparto la silla, intentando no hacer mucho ruido, luego me doy cuenta de que no lo saludé apropiadamente―. Buenos días ―dije en voz baja.

―Buenos días, señorita Iguera.

Aún me siento nerviosa, pero no tanto como en un principio.

―Vaya, aún me recuerda ―le digo.

―No conozco ninguna otra mujer pelirroja en este pueblo, además, su hermano no deja de hablar de usted.

Mis mejillas se calentaron de vergüenza, obviamente no hay más chicas pelirrojas en el pueblo, además, supongo que es evidente el hecho de que soy hermana de su socio.

―Ah, sí, supongo que has oído de mí por Alexander ―digo algo muy evidente.

¡Debo verme muy idiota en este momento!

Él mira hacia la caja, luego vuelve su mirada a mí, para luego tocar el menú.

―¿Desea comer algo? ―me pregunta, como si estuviera dispuesto a comprarme la comida.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora