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Espero que les guste el capítulo, comenten, voten y si pueden, compartan la historia para que sea más conocida, muchas gracias. ♥


Una triste historia


No tuve que llevar otros zapatos, el día de hoy tuve que usar mis deportivos más cómodos. Me puse algo de gasa en el tobillo para que cuando rozara con los calcetines, no me dolieran tanto. Tuve que llevarme el suéter más abrigado que había en la casa, no puedo gozar de mis prendas cortas y escotadas el día de hoy.

Subí el sendero de la colina, los pájaros estaban menos activos, me imagino que después se prepararán para buscar otro lugar más cálido.

Cuando llego a la casa de Icarus, veo a Rocinante pastando, pero no hay señales de su dueño por ningún lado. Rocinante sacude la tierra con una de sus pezuñas y bufa al verme. Es increíble la confianza que Icarus le tiene a su caballo como para dejarlo suelto por el lugar.

Estaba a punto de subir al pórtico para tocar la puerta, si no fuese porque escuché un ruido muy familiar, el sonido de una lavadora.

«Icarus está en el lavadero», deduje. A pasos calmados, estuve dispuesta a rodear la casa, pasé al lado de la ventana que conduce a la habitación, casi me pegué al vidrio al notar dos pequeñas figuras durmiendo plácidamente en esa cama gigante, unos niños. Arrugué el ceño y me pregunté de quién eran esos niños y por qué estaban durmiendo en la cama de Icarus.

«Bueno, se lo preguntaré en persona.»

Seguí caminando, en la parte de atrás hay un pequeño jardín, entre las flores, se encuentran arbustos de fresas, las cuales, están verdes y pequeñas. Los dos pares de puertas de cristal reforzado están cerradas, ya que no se ha tendido la ropa. Vislumbro a Icarus limpiando una camisa a mano, mientras se escucha la lavadora. Toco el cristal, haciendo que él me mire y alce las cejas. Dejó la camisa en el lavadero, sacudió sus manos y se dirigió a los pares de puertas, sacó el seguro y lo abrió.

―Buenas tardes ―me saludó, se nota sorprendido.

Me siento un poco molesta de que no haya esperado mi visita, a pesar de que vengo casi todos los días.

―Buenas tardes, Icarus ―le devolví el saludo con una sonrisa.

―Perdón por no haberte recibido de costumbre, ni siquiera pude descansar del trabajo. ―Suspira y se hace a un lado―. Pasa, pasa.

Entré al sitio inhalando el olor a jabón y el suavizante. Miro una mesa baja llena de ropa separada por color, me sorprende, ya que ni siquiera Uriel sabe que tiene que hacer eso, incluyendo Alexander, mi bello hermano mayor cuando seguía viviendo con nosotros, no sé cómo le hizo para encoger su ropa ―al final yo heredé esa ropa―; en fin, no estoy aquí para rememorar los desastres de mis hermanos.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora