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Colada en el trabajo de Icarus

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Colada en el trabajo de Icarus


Pasaron alrededor de cinco semanas después de mi encuentro con Icarus en la iglesia, cada vez que voy a su casa, parece tener todo preparado para recibirme, a lo cual, hace que se dibuje una sonrisa en mi rostro, incluso mi ego se elevó a tal grado, ya que estamos avanzando. El día de la familia, como tuve el día libre, le visité, me hubiera gustado pasar mucho más tiempo. Noté que, en el día de la familia, se la pasaba solo, algo raro, porque se supone que tiene tíos y primos.

En fin, la verdad nunca antes me había entretenido tanto hablando con alguien, incluso se me olvidaba revisar mi celular y ver mi Instagram.

Los viernes nunca vengo a verlo, ya que tengo jornada doble de trabajo, es un día en la que la gente más se moviliza a comprar, no sé por qué. Así que fui a verlo el sábado, ya que la señora Tiana me dijo que se vendió tanto el viernes, que necesitaba reponer la tienda ese día, así que me lo dejó libre.

Normalmente, me levanto temprano para ir al trabajo, pero este día, fui a la colina, con la esperanza de que Icarus no se haya ido a trabajar aún. Pedaleé tan rápido que llegué exhausta, pero por lo menos estuve a tiempo. No sé si él tiene un sexto sentido, pero siempre lo veo con su máscara, sé que se la quita, pero no en mi presencia, así que, por el momento, su rostro sigue siendo un misterio para mí.

―¿Qué haces aquí a estas horas? Voy a trabajar ―me dice―. No podré atenderte.

―Quiero verte trabajar.

―¿Qué?

―Que quiero verte trabajar ―repetí―. Nunca antes vi a un leñador trabajar en persona. ¡Anda!, ¿sí? ―Junto mis manos en modo de súplica.

Él suspira, se baja de la carreta de un salto, agarra una especie de hielera que tiene, se dirige a la casa y entra. Yo no sé si seguirlo o no, solo me quedé quieta en mi lugar, Rocinante y yo nos miramos, sé que los caballos no son muy expresivos, pero estoy seguro de que él está igual de desconcertado que yo. Al rato, vuelvo a verlo salir de la casa con la hielera, le echa llave a la puerta.

―¿Qué dices? ―interrogué.

―Vendrás conmigo con una condición.

―¿Cuál?

―Yo trabajo sin máscara, así que tienes que prometerme que intentarás no ver mi cara.

Ahora me parece más emocionante.

―Tranquilo, no veré tu cara.

Icarus colocó la hielera en la carreta.

―¿Puedes subirte? ―me pregunta.

La carreta es un poco alta, me imagino que fue hecha con el propósito de poder ver por encima de Rocinante. Miro una especie de escalón, estiro la pierna para pisarlo, casi pierdo el equilibrio, mis nervios por caerme no me dejan avanzar. Mi corazón brinca cuando siento que soy alzada y sentada en el puesto de acompañante, luego él sube sin problema alguno.

El rostro de IcarusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora