SS de Rozemyne

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Advertencia:

El siguiente capítulo es un recuento de la vida de Rozemyne desde su punto de vista. Drogas, abuso físico, abuso verbal y emocional además de autoimagen errónea de la protagonista son temas que se tocan en este episodio. Si te sientes muy incómodo leyendo, puedes sentirte en la libertad de brincar el episodio, ya que no leerlo no afecta el rumbo de la trama.

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Odiaba esas sesiones más que nada en la vida. Odiaba no poder decir una sola palabra a nadie. Odiaba las palabras susurradas en sus momentos de sueños:

"Eres una flor igual a tu madre, viviendo de seducir hombres. Nada más que una sucia flor disfrazada de Santa. Por tanto, a menos que demuestre lo contrario, solo vales para una cosa..."

Pero lo que más odiaba... era la certeza en las ponzoñosas palabras de la primera dama de su padre.

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El primer recuerdo que tenía de Lady Verónica era el de una mujer estricta, fría y dura, cuya belleza física era atenuada por un velo color azul translúcido. Era la primera vez que ella pisaba el palacio archiducal, cuando todavía pensaba en ella misma como Myne y no como Rozemyne.

Su padre las había presentado. La mujer había fingido una sonrisa antes de mirarla a ella con odio y a su padre con dolor y repudio.

"¿Y está sucia criatura? ¿La recogiste en el bosque, Adalbert?"

"No, querida. Ella es Rozemyne. Mi hija. Devuelta a mí por la guía de los dioses."

La mujer cuya sola mirada la hacía temblar asustada hizo un gesto con las manos sin dejar de mirar a su esposo. Alguien dio un paso al frente, colocando un artefacto que proyecto, lo que después aprendería era, una barrera anti escuchas alrededor de ellos tres y un par de metros más. Luego los criados, soldados y nobles que servían en el castillo y estaban ahí ese día se dieron la vuelta.

La mujer llamada Verónica cerró la distancia entre ella y su padre, golpeándolo con fuerza en el rostro sin mirarla a ella. El golpe había sido tan violento, que cuando Rozemyne miró arriba se sintió horrorizada por el hilo de sangre saliendo de la comisura del labio de su padre.

"Te permití tomar una segunda esposa porque era necesario que alguien guiará una segunda facción para ti. Te permití revolcarte con ella y tener una hija... ¡Y RESULTA QUE NO FUE SUFICIENTE PARA TI! ¡¿Dónde está ese amor que dices tenerme, Adalbert?! ¡¿Dónde?!"

"¡Verónica, por favor!"

"¡No! ¡Esto debiste pensarlo antes de ir a revolcarte a saber los dioses con quién! ¿Lo disfrutaste al menos? ¡¿Eh?! ¿Necesitabas pétalos más jóvenes dónde meter la espada mientras tu otra esposa y yo educábamos a tus hijos, Adalbert? ¿NUESTROS hijos?"

Su padre tensó la mandíbula, alcanzando su cabeza y ayudándola a esconderse dentro de su capa, cómo si con eso pudiera protegerla del odio y el dolor que parecía estar sintiendo su primera esposa.

"Verónica, entiendo que estés furiosa. Tienes derecho a estarlo, pero te ruego que guardes tus palabras hasta que estemos solos. Puedes desquitarte conmigo todo lo que quieras. Concentra tu odio en mí y solo en mí. Esta niña no estaría en Eisenreich... de no ser por mí."

La mirada de la mujer bajó hasta toparse con ella. Asco, odio, repudio. Tantas emociones que dolían dirigidas hacia su pequeña persona la hicieron sentir unas enormes ganas de llorar.

No debía llorar.

Se lo habían dicho. Se lo habían pedido. No podía recordar el rostro o el tono de voz, solo recordaba que debía ser muy fuerte y evitar derramar lágrimas en el castillo o donde cualquiera pudiera verla.

El ascenso de un científico loco, ¡Descubrire como funciona el mundo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora