CAPÍTULO 48

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CAPÍTULO 48

Giselle abordó su tren a Lybster esa misma noche, cargada con el vestido y todos sus aditamentos, además de una pequeña maleta con su ropa, y todo lo demás que necesitaría en esos días que estaría en su ciudad natal; todo excepto mucho alcohol, pero esperaba poder surtirse de eso bien en la cena de ensayo y en la boda. Durmió durante gran parte del trayecto de una hora, pues era ya un poco tarde, además de que tenía cansancio acumulado de esos últimos días. Al abrir de nuevo los ojos, se encontraba ya prácticamente a las puertas de su destino.

Lybster era una ciudad más pequeña que Nueva Scintia, pero muchos dirían que por lo mismo era mucho más bonita y limpia. Su arquitectura y diseño combinaba de una forma interesante lo folclórico y colorido de un pueblo pequeño, con la modernidad de una ciudad. Todo dependía de la zona que visitaras.

A la mañana siguiente a su arribo, se dirigió muy temprano a la famosa residencia de los Herbert al sur de la ciudad. La familia de Jessica era de las más ricas de la zona, y su casa era una de las pocas mansiones viejas e innecesariamente grandes que quedaban por ahí. Aunque claro, no era tampoco un viejo castillo ni nada parecido, pero era lo suficientemente ostentosa como para contar con su propio salón de baile, en donde claro se llevaría a cabo el gran evento ese sábado.

No había estado en esa casa en un tiempo. En cuanto se bajó del taxi, cargando consigo el vestido y todo lo demás, su mirada recorrió pensativa el paisaje boscoso que rodeaba la propiedad.

El follaje de los árboles en esa época siempre le había resultado hermoso. Aquellos colores otoñales habían sido la inspiración de sus primeros vestidos.

La madre de Jessica la recibió con bastante efusividad en cuanto la vio de pie ante la puerta; bastante más contenta de verla que su propia madre. Jessica no se quedó atrás, pues incluso dejó escapar toda su emoción acumulada en la forma de un estridente grito, justo antes de correr hacia ella y rodearla fuertemente con sus brazos. Giselle tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no caer al suelo, junto con todo lo que cargaba.

Sin demasiada dilatación, Giselle, Jessica y la madre de ésta se dirigieron presurosas al cuarto de la futura novia. Un par de sirvientas las ayudaron a cargar las cajas por las escaleras hacia la planta alta, pero Giselle se mantuvo firme en su postura de cargar ella misma la bolsa del vestido hasta que hiciera la entrega formal de éste a su legítima dueña.

Ya acomodadas en la pequeña sala del cuarto de Jessica, compuesta meramente por dos sillones pequeños y una mesa baja, Giselle realizó la gran revelación ante las dos mujeres Herbert y las dos sirvientas que las acompañaban. Sacó el vestido de su bolsa y lo colgó de un perchero para que pudieran apreciarlo entero de arriba hacia abajo. Los cientos de brillos que componían los diferentes detalles destallaron como pequeñas estrellas.

Jessica llevó sus manos a su boca, ahogando posiblemente un segundo grito que amenazaba con escaparse de ella. Sus ojos se abrieron grandes y azorados. Rápidamente se puso de pie y se aproximó al hermoso vestido, recorriendo su mirada por cada centímetro de él.

—No lo puedo creer... —susurró con voz ahogada—. ¿En verdad es éste mi vestido?

—Más te vale —murmuró Giselle con tono divertido—. No sabes el sudor y sangre que me costó.

En el fondo, la reacción de Jessica le resultaba un poco exagerada, pues ella prácticamente había visto una versión bastante cercana al resultado final hace sólo unas cuantas semanas atrás. Pero, ¿quién era ella para cuestionar lo emocionada o no que debía estar una novia al contemplar su vestido de bodas?

Cuando le fue posible volver a reaccionar, Jessica se giró rápidamente hacia Giselle y la volvió a rodear con sus brazos. De nuevo gritó, pero por suerte en esa ocasión fue mucho más moderada.

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora