CAPÍTULO 05 (+18)

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CAPÍTULO 05 (+18)

Giselle Leblanch y su acompañante, cuyo nombre le había dicho era Judith, en efecto no se habían percatado en lo absoluto de la presencia de Nicole en el otro balcón. No porque la nueva vecina de Giselle fuera precisamente una maestra del escondite, sino porque en ese punto ambas estaban ya demasiado enfocadas en lo que hacían y sentían, y bastante menos en lo que las rodeaba. Algo peligroso considerando el sitio que habían elegido para comenzar su noche juntas, pero que de cierta forma ayudó gratificantemente a aumentar su excitación a niveles que ninguna había previsto, ni siquiera la propia Giselle al planearlo.

La dueña del departamento 81 recorría en ese momento su lengua por la expuesta área íntima de su compañera, con una maestría y precisión que parecían casi increíbles. Esto se reflejaba en los pequeños espasmos que recorrían el cuerpo de Judith, y en los muchos menos discretos sonidos que surgían de su boca.

—Será mejor que regules tu voz —le susurró Giselle, apenas separándose lo necesario de su área de trabajo para poder hablar. Su rostro se encontraba empapado, y brillaba un poco con la escasa luz que las acompañaba ahí afuera.

—Qué fácil para ti... decirlo... —murmuró Judith, apenas logrando ser audible. Se tapó su boca con una mano intentando ahogar su voz, y llevó la otra hacia Giselle, aferrando sus dedos a sus cabellos de una forma que resultaba casi dolorosa, aunque a la pelinegra no le importunó en lo absoluto; si acaso más bien lo contrario.

Giselle la sujetó de los muslos con ambas manos, y volvió a hundir su rostro más contra ella, acelerando un poco el ritmo de su lengua para tantear la reacción de Judith; ésta resultó bastante favorable. Los íntimos y profundos recorridos de su lengua continuaron sin descanso uno tras otro, y cada segundo que pasaba las piernas de Judith temblaban un poco más, y sus dedos se apretaban con fuerza a sus cabellos. Los gemidos de Judith lograron ser opacados por su propia mano, pero no del todo.

—Espera, si sigues más ya no podré... —musitó Judith entre jadeos, mordiéndose justo después uno de sus dedos.

—¿Quieres que me detenga? —susurró Giselle sobre su muslo derecho, llegando también a darle un par de besos juguetones sobre su piel que le causaron a Judith un par de respingos por las coquillas.

Judith dudó desviando su mirada hacia otro lado. Siguió mordiéndose su dedo, quizás con más fuerza de la debida, y luego su labio inferior. Mientras aguardaba su respuesta, Giselle exhalaba lentamente su aliento sobre el área húmeda y sensible entre sus piernas, y esa sensación no le hacía más fácil poder pensar.

—Al demonio, ¡haz lo que quieras! —soltó Judith de golpe, y con ambas manos prácticamente empujó el rostro de Giselle contra su sexo. La pelinegra se sorprendió un poco al principio por el repentino cambio, pero no tardó en aceptarlo y acomodarse—. Lámeme más, más fuerte. ¡Cómemelo con tanta fuerza que todo este maldito edificio me oiga gritar!

Giselle la escuchó, e hizo justo lo que le pidió. Hundió por completo su rostro contra ella, y aceleró el movimiento de sus lamidas justo y como el cuerpo de su compañera parecía pedírselo.

Judith comenzó a retorcerse, a arquear su espalda sobre el barandal hasta que su cabeza prácticamente quedó suspendida sobre el asfalto varios metros más abajo. Con una mano siguió sosteniendo la cabeza de Giselle contra ella, casi como si temiera que pudiera ocurrírsele apartarse. Y la otra comenzó a recorrerla sobre torso, acariciándose su vientre y sobre todo su busto por encima de su playera, incluso levantándola un poco y dejando a la vista parte de su piel, y un muy sexy tatuaje de un dragón en la parte baja de su vientre.

Y justo como lo había advertido, empezó a soltar fuertes e intensos alaridos al aire, a los que no les faltaba casi nada en ser considerados gritos de dolor. Ya a esas alturas se le había olvidado por completo la posibilidad de que alguien la escuchara o la viera; había llegado a un punto de no retorno, y lo único en lo que podía poner su vista era en la meta a lo lejos. Y todo esto a Giselle le encendía bastante...

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora