CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

Cuando Giselle ingresó al baño de damas, sólo había una mujer más lavándose las manos frente a los espejos, y no tardó mucho en retirarse, dejándola sola. Giselle pensó que al parecer estaba de suerte; lo que más necesitaba en esos momentos era estar sola, aunque fuera un instante.

Avanzó hacia los lavados y apoyó las manos sobre el mueble de estos. Cerró sus ojos unos momentos y comenzó a respirar lentamente, intentando tranquilizarse, y acallar los intensos latidos de su corazón que martillaban hasta sus oídos.

Escuchar a Jessica hablar de que debía conocer a un "buen chico" que la hiciera feliz, no era de hecho algo tan extraño; siempre que la miraba lo mencionaba al menos una vez. Ya se había acostumbrado a ello, y a disimular su verdadero sentir. Pero esa noche en particular esto le resultaba mucho más difícil. No podía decir si era porque estaban acompañadas o, quizás, porque algo había cambiado.

«Por supuesto que algo ha cambiado» se dijo a sí misma en su cabeza. «Se va a casar, al fin se va a casar. Nada volverá a ser igual, y lo sabes...»

No era que genuinamente hubiera considerado un escenario en el que eso no ocurriera. No era que guardara en secreto esperanzas de que algún día su amiga tocaría a su puerta, le diría que había terminado con Lucas, y le confesaría que ella era la única persona en el mundo a la que realmente amaba...

No, eso nunca había sido una opción, y siempre lo había tenido claro. Y aun así le dolía, hasta lo más hondo.

La puerta del baño se abrió, y Giselle por mero reflejo abrió sus ojos y los alzó hacia el espejo. En el reflejo de éste pudo contemplar el rostro la persona que acababa de ingresa, que no era otra que Nicole. Tenía una expresión seria o, aún peor, compasiva.

Giselle respiró hondo por la nariz y se forzó a pararse erguida y segura, como si ese pequeño lapso de debilidad de hace un momento jamás hubiera ocurrido.

—Veo que compartiste con tu novia mi... penosa situación —murmuró despacio, mientras abría su bolso y comenzaba a buscar algo en su interior.

—Lo siento —pronunció Nicole apenada, atreviéndose apenas a dar un paso hacia ella.

—Descuida —contestó Giselle encogiéndose de hombros—. Supongo que me lo merezco, después de lo indiscreta que fui con ella la otra noche.

Sacó de su bolsa un pintalabios color rojo, y comenzó a retocarse los labios frente al espejo.

Nicole se atrevió a dar un paso más, y luego otro, hasta lograr pararse a su lado. Giselle no la miraba directamente; su atención estaba fija en su propio reflejo.

—Giselle —pronunció Nicole con voz mesurada—. Jessica no sólo no sabe que estás enamorada de ella; ni siquiera sabe que te gustan las mujeres, ¿no es cierto?

Giselle sabía que no era una pregunta real, pues luego del discurso que su amiga había dado, alimentada por el sake en su sistema, la respuesta resultaba mucho más que obvia. Lo que quizás no resultaba tan obvio para su vecina era el porqué de ello.

Una vez que terminó con los labios, Giselle guardó de su nuevo el labial y mantuvo su atención distraída en su bolso mientras le respondía. Nicole no estaba segura si aquellas palabras iban en realidad dirigidas a ella, pero igual las escuchó con atención.

—Las personas de mi ciudad natal no son precisamente muy... abiertas. Antes de venir aquí, la única persona a la que se lo dije fue a mi madre. Era joven, y una parte bastante ingenua de mí en verdad pensaba que me entendería y me apoyaría. Y quizás a su modo ella pensó que lo hizo... diciéndome que sólo estaba confundida, que era una etapa, y que cuando conociera a un hombre que me cautivara se me olvidarían todas esas ideas. No sé si intentaba convencerme a mí o a sí misma. Pero incluso a estas alturas, sigue actuando como si esa conversación nunca hubiera pasado, y siempre le dice a la gente que simplemente estoy muy ocupada o que soy muy exigente con los hombres, y que por eso no me he casado.

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora