EPÍLOGO

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EPÍLOGO

El lunes siguiente, Jaime arribó tan tarde a la oficina, que ya prácticamente todos se habían ido; incluida Nicole. De hecho, él no se hubiera molestado en siquiera ir a esa hora, sino fuera porque Cynthia le había mandado un mensaje indicándole que necesitaba hablar con él.

Al salir del elevador y encaminarse en dirección a la oficina de su editora, pasó inevitablemente frente a la puerta del área de Tecnologías de la Información, y terminó reparando en varias cosas que lo hicieron detenerse unos instantes para ver con más cuidado. La puerta estaba semiabierta y, echando un vistazo rápido al interior, se notaba que el lugar estaba más vacío que de costumbre. Los monitores seguían ahí, pero varias de las cosas que solían verse amontonadas en los rincones, habían desaparecido.

Pero el hecho más revelador se encontraba en la puerta misma: debajo de la placa que nombraba el nombre del área, ya no se leía por ningún lado el nombre de "Ruby Cox".

Le habían hecho llegar más temprano el rumor, pero Jaime no lo creyó. No pensó que Ruby pudiera irse repentinamente, y en especial sin despedirse de él. Si bien era cierto que en el último par de meses no habían hablado mucho, no pensó que hubiera algo que impidiera retomar su amistad con normalidad llegado el momento adecuado. Al parecer se equivocaba.

Y lo peor era que no le fue difícil ponerle nombre y rostro a la causa de esa partida tan abrupta.

«Enredos de juventud» pensó con una mezcla de tristeza y humor. «Pero con experiencias como ésta es como se aprende» concluyó; quizás algún día él mismo aprendería también.

Sin más espera, se dirigió derecho hacia la oficina de Cynthia. La puerta de ésta también estaba un poco entreabierta, y desde la pequeña abertura vio a su editora sentada en su escritorio, moviendo sus dedos ágilmente por el teclado, y su atención bien puesta en el monitor.

Tocó dos veces con sus nudillos para hacer que su presencia se hiciera notar.

—Pasa, Jaime —indicó Cynthia sin mirarlo. Éste acató la orden e ingresó—. Cierra la puerta, por favor.

La petición puso un poco tenso a Jaime, pero igual hizo lo que le pidió, antes de sentarse en una silla delante del escritorio. Cynthia continuó concentrada en lo que fuera que estuviera escribiendo, así que Jaime tomó la oportunidad para hablar primero.

—¿Ruby en verdad renunció?

La respuesta inmediata de Cynthia fue un largo resoplido de molestia.

—No me lo recuerdes, que aún estoy disgustada —exclamó Cynthia, y Jaime juraría que sus dedos comenzaron a moverse un poco más rápido—. Por más que le insistí en que al menos se quedara una semana en lo que encontraba a alguien más y lo capacitaba, simplemente no quiso escuchar razones. Estaba tan apurada por irse, que vacío todas sus cosas en unos cuántos minutos, y se fue. Qué niña tan malagradecida; después de todo lo que hicimos por ella...

—No te lo tomes personal —señaló Jaime, extendiendo una mano hacia ella en señal de calma—. Debió tener un buen motivo para hacerlo de esa forma.

De nuevo, Jaime sabía bien quién era ese motivo, pero no creyó conveniente compartir su sospecha con Cynthia. De igual forma, ella tampoco estaba muy interesada en oírla.

Una vez terminó de escribir, cambió de pestaña en su navegador y giró el monitor hacia Jaime para que pudiera verlo, revelando de forma poco sutil cuál era el motivo por el que lo había citado.

—¿Ya te enteraste de esto? —preguntó Cynthia, señalando con un dedo a la pantalla.

Jaime se inclinó por instinto un poco hacia adelante para leer, pero no era que lo ocupara. El sitio de noticias, con el encabezado grande el artículo, era bastante claro:

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora