CAPÍTULO 60

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CAPÍTULO 60

Nicole había sacado su teléfono a mitad de su huida, y sin detenerse ni un segundo ni aminorar la marcha, obligó a sus temblorosos dedos a pedir un vehículo por la aplicación de taxis. Tenía el deseo ferviente de irse de ese sitio lo antes posible, y no quería esperar ni un instante más de la cuenta. Aunque, de todas formas, la tarea completa sólo la pudo completar una vez que estuvo afuera de la propiedad, de pie en la parte frontal de la casa.

Adicionalmente, el vehículo más cercano le marcaba que estaba entre cinco y diez minutos de distancia; bastante más de lo que a ella le hubiera gustado. Y, por supuesto, más que suficiente para que la persona que venía detrás de ella la alcanzara en la acera.

—Nicole —pronunció la voz angustiada de Giselle a sus espaldas. Nicole se sobresaltó, y se giró a mirarla con aprensión.

—Déjame sola, por favor —exclamó con recelo, extendiendo una mano hacia ella para indicarle que se detuviera—. Estoy... muy confundida en este momento, y estar cerca de ti no me ayuda.

Giselle obedeció en parte su indicación, deteniéndose a unos pasos de ella. Sin embargo, no tenía la intención de irse y dejarla sola como solicitaba; al menos no de momento.

—Lo lamento —masculló Giselle, abatida—. Tienes que creerme, lo que menos quería era causarte esta angustia.

—¡Pues lo hiciste! —espetó Nicole en alto, pero al instante se forzó a respirar e intentar tranquilizarse—. Dime que no estás jugando conmigo, por favor —soltó tras un rato, suplicante.

—No estoy jugando contigo —respondió Giselle rápidamente sin vacilación—. ¿En verdad crees que lo haría?

—No lo sé —replicó Nicole encogiéndose de hombros—. Si no es eso, entonces... ¿qué significa todo esto?

—Lo que ya te dije. Te amo...

Giselle dio un paso cuidadoso hacia el frente, pero Nicole volvió a alzar una mano en su dirección para decirle que se detuviera, y Giselle no tuvo más remedio que hacerlo.

La expresión en el rostro de Nicole le era totalmente indescifrable. No entendía si lo que sentía era enojo, tristeza, o incluso miedo. Pero lo que fuera, el sólo hecho que la estuviera mirando de esa forma hacía que el pecho de Giselle le doliera.

Nicole bajó lentamente su mano, al igual que su mirada que se fijó en el suelo a sus pies.

—Aunque eso fuera cierto —susurró en voz baja, vacilante—. ¿Qué esperas que yo responda a eso?

Giselle respingó un poco al escuchar aquella pregunta. ¿Qué esperaba que le respondiera? Debería ser en parte lógico, pero... se sorprendió al darse cuenta de que para sí misma no lo era del todo. Separó sus labios, sin tener del todo claro qué le respondería, pero lo que fuera no tuvo oportunidad de decirlo.

—¡Giselle! —gritó alguien con intensidad a sus espaldas.

Ambas se giraron al mismo tiempo en dirección al camino que salía del jardín. Y aunque Nicole no reconoció a la elegante mujer de cabello oscuro que se aproximaba a ellas, ciertamente sí le resultó familiar de alguna forma. Por su lado, por supuesto que Giselle reconoció al instante a su muy furiosa madre.

—No puede ser —soltó la diseñadora con frustración. De las personas con las que no deseaba hablar en ese momento, su madre era definitivamente quien encabezaba la lista. Pero por supuesto, ésta no compartía el mismo sentimiento.

—¿Ya estás contenta? —espetó la Sra. Leblanch con enojo, extendiendo sus brazos hacia los lados—. ¿Esto es lo que querías? ¿Fue el espectáculo que esperabas dar? ¿Y esta mujer quién es? —añadió señalando con una mano hacia Nicole, que se exaltó al sentirse en la mira de aquella mujer—. ¿Cómo se te ocurre traerla aquí frente a todos nuestros conocidos?

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora