Parte 39

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El relato de Silvia

"Desde el principio, el punto seguro de Toledo estaba destinado a caer", comenzó, su voz temblorosa pero decidida. "La ciudad era una trampa. Rodeada por el Tajo, sólo tenía unos pocos puntos de acceso. Ideal para una defensa en teoría, pero en la práctica, nos convertimos en presas fáciles."

Desde el inicio del brote, Toledo había sido aclamada como un refugio, una fortaleza inexpugnable. Las barricadas eran gruesas y altas, las antiguas murallas de la ciudad eran patrulladas por guardias bien armados. Se podría decir que por un tiempo, la esperanza floreció.

Pero poco a todo eso fue cambiando.

Los primeros mes la situación era estable. Casi todos los días camiones militares cargados de refugiados y personal militar entraban y salían de la ciudad reubicando a civiles en barracones y casas y refugios improvisados por todo Toledo. Casi nadie sabía nada a ciencia cierta, solo rumores infundados y teorías absurdas. Pero la sensación de grupo y seguridad que ofrecía el lugar era suficiente para mantener el orden.

Sin embargo el alto numero de refugiados que llegaban cada día en mayor cantidad hizo que la situación se desestabilizara totalmente. Toledo no podía albergar a tantas personas dentro, muchos de esos refugiados se quedaron en los alrededores llamando a las puertas esperando en vano a que le acogieran. Pero Toledo había cerrado sus puertas.

Eso sin duda causó gran rechazo y malestar dentro de las murallas. Muchos civiles y refugiados protestaban por ello.

"Durante los primeros días, se establecieron barricadas y se montaron vigilancias. Las fuerzas de defensa trataban de mantener el orden, pero con cada día que pasaba, la tensión crecía. No solo por la población civil, los suministros se agotaban, las comunicaciones con el exterior se perdieron, y las personas empezaron a desesperarse."

"Eso por no hablar del resto de problemas internos que iban surgiendo. ¿Os lo podéis imaginar?"

Miles y miles de personas acinadas dentro de una ciudad. Recursos escasos, sanidad limitada.

"Se supone que la ciudad de Toledo albergaba alrededor de unas ochenta y siete mil personas entre el año pasado y este. Pues con el brote de la epidemia, ese numero probablemente se triplicó o más. No tengo ni idea, pero desde luego el resultado no fue agradable. Enfermedades y pestes se extendieron como la pólvora por las calles de Toledo. El agua del Tajo prácticamente se convierto en un cenagal a causa de los fallos de alcantarillado.

"Y eso no fue todo", continuó Silvia, con una mirada distante. "Las calles eran un hervidero de paranoia y miedo. Pequeñas chispas podían encender fuegos de violencia. La gente, asustada y desesperada, veía amenazas en cualquier sombra, en cualquier ruido. Hubo conflictos por las raciones de comida, peleas mortales por un litro de agua, y cada vez más, el rumor de que algunos habían recurrido al canibalismo como último recurso".

"Hubo muchos ajusticiamientos. Mas de uno acabó colgando de una soga en la puerta de Bisagra o en los puentes. Pero lejos de disuadir a la gente esto aumento aun mas el rechazo la ira contra las autoridades locales."

Un estremecimiento recorrió su cuerpo. "Las noches eran las peores. Con las luces apagadas para no atraer a los infectados, todo se sumía en una oscuridad abrumadora. Los llantos de los bebés, los rezos y los susurros de las personas creaban un coro inquietante. Y en medio de todo, los gemidos de los infectados, que parecían multiplicarse con cada hora que pasaba".

"Para solucionar este y muchos otros problemas se comenzaron a hacer incursiones al exterior en busca de alimento y recursos. Al principio solo iban los militares, pero a falta de personal comenzaron los reclutamientos forzosos. Todo aquel en condiciones era obligado a participar. Muchos no volvieron jamás."

Se pasó las manos por el rostro, tratando de recomponerse. "Hasta que finalmente llegó el día en que las defensas cayeron."

Una tarde nublada, una gran multitud de refugiados llegó a las puertas. Venían desde los pueblos cercanos y otras partes de Castilla-La Mancha, escapando de los horrores que habían consumido sus hogares. Entre ellos había enfermos, ancianos, niños; personas que arrastraban sus últimas esperanzas en mochilas gastadas y caras demacradas.

Las autoridades de Toledo, temerosas de la infección y de las bocas adicionales para alimentar, se negaron a abrir las puertas. El descontento creció. A medida que pasaban las horas, la muchedumbre comenzó a volverse más agitada y desesperada. Llantos de niños hambrientos y gritos desesperados llenaban el aire. Las tensiones alcanzaron un punto de ebullición cuando un joven intentó escalar las murallas, solo para ser derribado por un disparo. La muchedumbre estalló en ira.

En medio del caos, una explosión sorda resonó en la distancia. Los saqueadores habían colocado explosivos en una de las secciones más vulnerables de la muralla. Una brecha se abrió, y en segundos, un torrente de personas, desesperadas mezcladas con infectados , inundaron la ciudad.

Las estrechas calles de Toledo se convirtieron en un laberinto de terror. Los infectados, con sus ojos vidriosos y movimientos torpes, arrastraban sus cuerpos hambrientos hacia cualquier forma de vida. Las familias se separaban en el tumulto, los gritos de terror se mezclaban con el inconfundible sonido de los infectados. En la Plaza de Zocodover, un padre sacrificó su vida enfrentando a los infectados para que su familia pudiera escapar por una callejuela. En otro rincón, un grupo de adolescentes se subió a un tejado, solo para darse cuenta de que no había salida.

Las iglesias y catedrales, alguna vez lugares de refugio y esperanza, se convirtieron en mausoleos. En la Catedral Primada, cientos buscaron refugio, bloqueando las puertas con bancos y lo que pudieron encontrar. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los infectados encontraran su camino. A medida que la noche caía, los gritos desesperados de aquellos atrapados en el interior resonaban en la oscuridad.

El amanecer reveló una ciudad irreconocible. Las calles estaban llenas de cuerpos, tanto de los vivos como de los infectados. Los sobrevivientes que quedaban estaban traumatizados, escondidos en los rincones más oscuros y recónditos de la ciudad, temiendo el próximo ataque.

Toledo, una vez un símbolo de resistencia y esperanza, había caído. Y con ella, las últimas esperanzas de un refugio seguro en un mundo enloquecido.

Apocalipsis Z: CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora