Parte 108

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26 de mayo, 19:00 PM

Después del tenso encuentro. El hombre que inicialmente nos recibió con una mirada desafiante se presentó como el General Álvarez. Con una sonrisa cordial y un apretón de manos firme, nos dio la bienvenida a su improvisada fortaleza.

"Les pido disculpas por el recibimiento un poco brusco, pero en estos tiempos, uno nunca puede ser demasiado cuidadoso", explicó el General Álvarez, guiándonos a través del campamento. A nuestro alrededor, los soldados parecían relajarse, algunos incluso asintiendo con la cabeza o saludando brevemente al pasar.

Me moría de ganas por hablar con aquel tipo y lanzarle un aluvión de preguntas que hasta el momento no se me habían ocurrido hacer a ningún otro superviviente con el que nos habíamos topado. Sin embargo el general se me adelantó como si me estuviera leyendo la mente.

"Seguramente estarán ansiosos por hablar y hacernos preguntas. Pero me temo que esa charla va a tener que esperar. Hay ciertos asuntos que requieren mi atención. Por ahora mis hombres les acompañarán a un lugar donde podrán descansar".

Rápidamente iba a replicar, pero el Álvarez me cortó antes de que pudiera hablar.

"No se preocupen. Les prometo que aquí están a salvo" Se limitó a decir antes de retirarse.

Ni siquiera nos había dado oportunidad de presentarnos. Se nota que es de esas personas acostumbradas a llevar el mando, solo me ha hecho falta un instante para saber que ese tipo es de los que piensa que todo jura alrededor de su ombligo.

En cualquier caso, sin muchas opciones, por no decir ninguna. Los dos hombres que nos acompañaban nos escoltaron amablemente hasta una tienda apartada y desgastada donde la única comodidad de la que disponíamos era un par de tocones de madera y un improvisado banco hecho con una tabla y un par de piedras.

No quise ni hacer el intento de salir de la tienda, estaba claro que la invitación de quedarse en un sitio donde descansar era más bien una orden de esperar ahí sentaditos hasta que nos llamen. Y no me faltaba razón, el intento de Claus por salir a echar un vistazo fue cortado instantáneamente según ellos con una "razonablemente" pero firme, petición de esperar dentro.

Tras una insustancial conversación entre mis compañeros hablando sobre estos tipos, las horas comenzaron a pasar silenciosas sin que nadie viniera a hablar con nosotros. Ni siquiera nos llevaron algo para comer.

Finalmente pasada la tarde, con el sol casi oculto y el cielo color cerúleo, uno de los hombres que nos había llevado a la tienda, nos avisó de que el general nos estaba esperando. Acompañándonos en todo momento sin apartar la mano de su pistola, nos condujo hasta una gran tienda con una larga mesa hecha de troncos cruzando el medio. Álvarez nos esperaba al final de la mesa levantándose de la mesa en cuanto nos vio aparecer. Saludó con una cordial sonrisa antes de invitarnos a tomar asiento.

Apenas nos sentamos, el general, comenzó a hablar.

"Disculpen por la tardanza, señores. De seguro deben estar hambrientos. Ha sido una descortesía no invitarles a comer con nosotros. Pero debemos seguir un protocolo. Seguro que lo comprenden".

Estuve a punto de decirle un par de cosas, pero Claus contesto serenamente que no había ningún problema.

El tipo continuó hablando satisfecho de la respuesta.

"Bien. Me alegro de oírlo. La vida sin protocolos sería un absoluto desastre. Ya lo habían visto con los tiempos que corren".

Estaba alucinando, aquel hombre hablaba se la situación actual como si fuera una cosa más en el día a día. Reconozco que me ha dejado helado. Pero me voy del tema.

Casi al mismo tiempo que decía esto, empezó a hacer un par de señas e inmediatamente dos soldados colocaron frente a nosotros un plato junto a un par de cubiertos y unas tazas metálicas. Después llenaron los platos con unas generosas raciones de judías mezcladas con algún tipo de carne.

Durante un instante dude si debería comer o no.

"Por favor, coman, deben estar hambrientos. No se repriman. Después de todo esta comida la han puesto ustedes".

Que hijo de puta. La comida que nos había ofrecido estaba saliendo de nuestras mochilas. No se al resto pero a mi me sentó como una patada en los huevos.

Mis compañeros se limitaron a dar las gracias y lanzarse de cabeza a engullir el plato de judías que tenían delante. Yo aguardé un poco antes de seguirles pero total, si al final éramos nosotros quien habíamos puesto el condumio, vergüenza ninguna.

Devoramos el plato como si no hubiera un mañana y antes de darnos cuenta ya habíamos rebañado los restos.

Cuando retiraron los platos, el general Álvarez se levantó de su asiento y tras rebuscar algo en una pequeña caja volvió con una botella de jerez y unas cuantas copas. Hizo otra señal a sus hombres y rápidamente nos dejaron solos con él.

"Bien". Comenzó mientras abría la botella de licor y se la llevaba a la nariz para olisquearla. "Empecemos por el principio. ¿Quiénes son ustedes?"

Mientras vertía lentamente el liquido en las pequeñas copas, fuimos nos presentamos tranquilamente y uno a uno fuimos contándole al general quienes éramos, de donde veníamos, y cuales eran nuestras historias.

El general repartió las copas según íbamos hablando, asintiendo educadamente y gruñendo sonoramente hacia adentro cada vez que se sorprendía o le dábamos algún dato que le parecía interesante.

"Debo reconocer que han vivido ustedes toda una odisea, amigos." Asintió sacando una cajetilla de tabaco. "Y han tenido mucha suerte, de llegar tan lejos. He visto a soldados mejor preparados caer mucho antes".

Se recostó distraído mirando la caja de cigarrillos en la mano.

"¿Saben cuánto tiempo hacía, que no disponíamos de tabaco?"

Otra generosa contribución de nuestras arcas, supuse mordiéndome el labio.

"Espero que no les moleste." Nos ofreció agitando la cajetilla, sacando un par de cigarros. "Si no es indiscreción. ¿A dónde se dirigían?

Antes de que nadie tuviera tiempo de responder me adelante cogiendo el pitillo.

"A buscar un lugar seguro, lo último que supimos es que en Cataluña aun había sitios seguros". (Mentí. No me parecía juicioso decirle a nadie a donde nos dirigíamos).

Por fortuna ninguno de mis compañeros desmintió la farsa.

"¿Seguros?" Acompañó la pregunta con una risa sarcástica negando con la cabeza. "Amigo escolta. Ya no quedan lugares seguros en el mundo. Cuanto antes lo entiendas, te será mucho mejor aceptar la realidad". Me tendió el mechero encendido, mirándome como si fuera un caso perdido.

Reconozco que no me gustó nada la forma en que este tipo se ha dirigía a mí. Pero en fin, había conseguido lo que quería. Volví a contenerme la lengua y encendí el cigarro con una mueca de fastidio disimulada en mí interior.

"Bueno, en cualquier caso". Cerró el zippo rápidamente con un chasquido metálico. "Están aquí ahora, y eso es lo que importa. Vivir para luchar un día más. ¿Verdad?".

Aproveché esa pregunta para cambiar de tema y llevar las rienda de la conversación.

Ya que hablábamos de sobrevivir, le pregunté de donde venían y como habían llegado hasta allí.

El general dio un largo suspiro antes de continuar.

"Créanme, nuestras historia no es una aventura agradable. ¿Seguro que quieren escucharla después de comer?" Nos miró con una sonrisa sarcástica.

"Con todo respeto". Le conteste sin dejarme intimidar. "Después de todas las cosas que hemos vivido. No creo que una historia nos vaya a causar pesadillas ahora".

Tras resoplar una risa escalofriante y negar con la cabeza, El general Álvarez apuró de un trago su copa de jerez y cogió la botella de nuevo.

"Supongo que no hay nada que perder". Murmuró mientras rellenaba de nuevo la copa. "Pero recuerden que yo les he advertido y el que avisa no es traidor."

"Comencemos..."

Apocalipsis Z: CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora