20 de Febrero, 20:15 PM
Tras regresar a casa encontré a Sanzo y a la chica hablando tranquilamente en el salón. Al entrar, Sanzo me miró con una sonrisa amistosa. Sin embargo mi cara debía parecer un poema ya que al instante percibió que algo no iba bien. Silvia, sentada en el sofá con una manta cubriéndola, levantó la mirada hacia mí con cierta preocupación.
Respiré hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Sin embargo, las imágenes de lo que acababa de hacer en el corral todavía están frescas en mi mente, por lo que me costaba hablar.
Dejándome hundir en uno de los sillones me recline hacia adelante apoyando los codos en las rodillas mientras los brazos caían muertos y confese todo.
Al principio Sanzo se enfadó muchísimo, mas que por mis acciones por el hecho de haberle ocultado algo tan importante y peligroso. Después su enfado se convirtió en preocupación y finalmente en calma.
Silvia por su parte permanecía en silencio sin decir nada.
Sin añadir nada más, Sanzo me pidió que le enseñara el corral. Aunque ya era tarde aún disponíamos de unas horas de luz. Asentí sin decir palabra y me levanté dispuesto a enseñarle el camino. Silvia se apresuró a acompañarnos.
Salimos de la casa, los tres juntos. El camino hacia el corral estaba iluminado por la luz del crepúsculo que daba a todo un aspecto etéreo. Las sombras de los árboles se alargaban, y el silencio solo era roto por el crujir de las hojas bajo nuestros pies.
Al llegar, la visión del ser atado en una esquina del corral los petrificó al instante. Sanzo frunció el ceño mientras observaba detenidamente a la criatura. Su respiración agitada, sus ojos vacíos de vida inyectados en sangre y el rastro de mi reciente confrontación con ella eran evidentes.
Silvia palideció llevándose las manos a la boca incapaz de reconocer a lo que antes había sido su amigo.
"Santo dios. Javier, ¿Qué te a ocurrido?" Es lo último que pudo pronunciar antes de romper a llorar.
Sanzo se giró hacia mí, su expresión era severa pero comprensiva. "Esto ha sido peligroso, no solo para ti sino para todos nosotros. Deberías habérnoslo dicho antes."
Sanzo tenía razón. Aunque no fui capaz de contestar. Solo podía bajar la mirada.
Pasamos unos momentos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Hasta que finalmente la pregunta del millón apareció de los labios de Sanzo.
"¿Qué hacemos con el?"
La oscuridad caía con rapidez y el ambiente se tornaba aún más inquietante.
Para sorpresa de ambos fue Silvia quien contestó después de unos largos e interminables minutos de silencio.
"Deberíamos... deberíamos ponerle fin a su sufrimiento," murmuró con la voz quebrada. "Por favor"
Todavía tengo clavado ese "por favor" en la mente.
Sanzo y yo nos miramos, sintiendo el peso de la situación y de las palabras de Silvia.
Puede que fuera lo mas humano, pero la cuestión era como hacerlo. Yo ya lo había intentado aunque solo fuera por un ataque de ira y no había tenido éxito.
Desconocía el modo de hacerlo y digo desconocía por que ahora se cómo hacerlo. Pffff... Dios.
Silvia escuchó a unos miliares en Toledo decir que los infectados solo mueren si se les dispara a la cabeza o se destruye el cerebro.
Durante unos segundos volvimos a guardar silencio, procesando la información.
La pesadez del ambiente se incrementó cuando quedó claro lo que debíamos hacer. Pero la idea de ser el ejecutor de esa tarea no resultaba fácil para ninguno de nosotros.
Finalmente lo decidimos a suertes.
Silvia negó con la cabeza, simplemente no podía, sus ojos llenos de lágrimas lo decían todo.
Corté uno cuantos alambres en diferentes longitudes y extendí el puño cerrado ofreciéndole a Sanzo. "El alambre más corto gana"
Tomó una y, la sostuvo frente a sus ojos antes de mirarme.
No hubo trampas, simplemente perdí. Abrí la mano y los alambres cayeron como fichas de domino mientras sostenía el que había elegido en mi otra mano.
Esta vez no deje que Sanzo dijera nada. Simplemente asentí casi imperceptiblemente y le indiqué que se apartara.
Recogí nuevamente el pico y me acerqué a lo que antes había sido un humano. No me hizo falta mirar haca atrás para saber que mis compañeros no estaban mirando. Se que no podían.
Me siento como una mierda.
No tenia fuerzas para nada, ni para levantar la herramienta, ni para acercarme a esa cosa. Cada acción me a costado un esfuerzo titánico.
La ultima escena fue la de aquel ser desesperado, gruñendo con renovada furia, tratando de alcánzame con sus dientes y unos segundos más tarde silencio. Un angustioso y sepulcral silencio que nos ha acompañado durante todo el camino de regreso a casa.
No hemos hablado. ¿Qué vamos a decir?
No tengo ni ganas de bajar a cenar. Solo quiero sentarme aquí, en la azotea tranquilamente y fumar.
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Apocalipsis Z: Caos
Ciencia FicciónEn una sociedad inmersa en la rutina y la comodidad, la vida tal como la conocemos llega a un repentino y desgarrador final. Un apocalipsis se ha desatado, transformando las calles familiares en lugares de terror, y las rutinas cotidianas en luchas...