27 de septiembre, 10:12 AM
El día avanza despacio, como si el propio tiempo estuviera jugando conmigo. La herida en mi brazo sigue ahí, como una señal ineludible de lo que está por venir. Las venas negras que surgen de ella se han extendido más allá de mi muñeca y antebrazo hasta llegar al hombro, y se arrastran lentamente hacia arriba, como una telaraña oscura que me está reclamando poco a poco.
(Suspiro pesado).
No hay nada que hacer. Lo sé. Y lo saben ellos también, aunque no quieran aceptarlo.
A mis espaldas, puedo escuchar a Sanzo y Silvia hablando en susurros. Cada tanto oigo palabras sueltas... "¿Y si probamos con...? Tal vez si le hacemos una torniquete... No tiene que terminar así..." Pero lo cierto es que ninguno de ellos tiene el valor de admitir la verdad. Claus está más apartado, con los brazos cruzados, observándome con esa mirada fría que me dice que él también lo sabe. Él lo entiende. Pero se guarda sus palabras para sí.
Han pasado toda la mañana buscando una solución, cualquier cosa que detenga lo inevitable. Pero yo... yo ya no me hago ilusiones.
—No hay cura. —Digo de repente, sin levantar la voz. Es más una declaración que una conversación.
Todos se quedan en silencio.
Me giro para mirarlos. Silvia parece estar al borde de las lágrimas, luchando por mantener la compostura. Sanzo evita mi mirada, frotándose la nuca como si buscara excusas en su propia mente. Claus solo me observa, con esa dureza habitual que lleva en los ojos.
—No podéis hacer nada. —Continúo, esta vez más suavemente. —Lo sabéis tan bien como yo. Ya está hecho. No podéis salvarme.
—No digas eso... —Replica Silvia, pero su voz tiembla. No me sorprende. Ella siempre ha sido la más emocional del grupo.
—Silvia... —Suspiré, intentando no sonar duro. —Agradezco lo que estáis haciendo. De verdad. Pero ya no hay vuelta atrás. No quiero que os desgastéis por algo que ya no tiene solución.
Claus asiente lentamente, en silencio. Sabía que lo entendería.
La idea de "acabar con esto" ya me ha cruzado la mente más veces de las que me gustaría admitir. Cortar por lo sano, quitarme de en medio antes de que esto empeore. Pero... no puedo hacerlo. No quiero que Sanzo o Claus... o peor aún, Silvia, tengan que cargar con esa culpa. No quiero que uno de ellos tenga que vivir sabiendo que fue quien apretó el gatillo.
No voy a permitirlo.
Me acomodo en una esquina del monasterio, dejándome caer lentamente. Las paredes de piedra fría me ofrecen algo de consuelo, aunque sea efímero. Saco mi cuaderno, mi fiel compañero de esta odisea, y comienzo a escribir. Escribir siempre me ha ayudado a ordenar mi mente, a hacer que las cosas parezcan un poco menos caóticas.
No puedo evitar reflexionar sobre todo esto... sobre cómo hemos llegado hasta aquí. Es irónico, en realidad. Siempre soñé con aventuras cuando era niño, con ser un héroe como los de los cómics que leía hasta desgastar las páginas. Nunca pensé que acabaría siendo parte de una historia como esta. Pero aquí estoy, con una mordida en el brazo y mis días contados.
La vida, a veces, es una cabrona con un sentido del humor bastante retorcido.
¿Sabes lo peor? Que para vivir esta maldita "aventura", he tenido que esperar a que el mundo se acabara.
Es triste pensarlo así, pero en cierta manera, he vivido algo que nunca soñé vivir. He visto cosas que otros solo leerían en libros o verían en películas. He luchado, he sobrevivido, he protegido a los que me importan... y sí, también he amado, aunque haya perdido mucho en el camino.
Pero es curioso cómo, en medio de todo esto, me siento vivo. Tal vez más vivo que nunca. Es como si, al final del camino, hubiera encontrado algo de valor en este desastre.
(Suspiro profundo).
El fin de mi historia se acerca, y lo sé. No hay vuelta atrás. Pero al menos, por ahora, tengo estas palabras. He aprendido que no se trata de cuántos días nos quedan, sino de cómo los vivimos. No puedo cambiar lo que me espera, pero sí puedo decidir cómo enfrentarlo.
Y pienso enfrentarlo de pie hasta el último momento.
Y tal vez... eso sea suficiente.
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Apocalipsis Z: Caos
Science FictionEn una sociedad inmersa en la rutina y la comodidad, la vida tal como la conocemos llega a un repentino y desgarrador final. Un apocalipsis se ha desatado, transformando las calles familiares en lugares de terror, y las rutinas cotidianas en luchas...