Parte 168

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Epílogo

Algunos meses después:

Hola, viejo amigo.

Ha pasado tiempo desde que dejamos aquel monasterio en las montañas, y aunque las cicatrices de esos días siguen presentes, hemos logrado algo que parecía imposible. Contra todo pronóstico, hemos llegado a las Islas Cíes. Ahora estamos aquí, asentados, y poco a poco este lugar se ha convertido en un nuevo hogar.

Claus sigue con nosotros. Nos guió por las tierras de Asturias, hasta mostrarnos el lugar donde creció, su hogar de antaño. Pero la epidemia no perdonó, y su tierra ya no era más que recuerdos en ruinas, vacía y devastada. Al final, decidió quedarse con nosotros, porque aquí encontró algo más valioso: una razón para seguir adelante.

Juntos construimos una casita en las Islas, un refugio donde podemos vivir y, por un momento, sentir que todo estará bien. Con su experiencia y fuerza, ha sido una ayuda invaluable. Se ha montado un pequeño taller, donde trabaja con las manos fuertes y callosas que conoces bien. Cada día, pone un ladrillo más en lo que sueña que algún día serán los cimientos de una nueva civilización. Es como si, en su propio modo, estuviera erigiendo algo sólido en un mundo quebrado, levantando una promesa para quienes vengan después.

Por otro lado, logramos algo inesperado: encontrar y reparar un viejo transmisor de radio que Claus y yo conseguimos hacer funcionar después de días de esfuerzo. Ahora, gracias a él, podemos escuchar y contactar con Radio Apocalipsis. Jax y su grupo se las ingenian para mantener las ondas llenas de mensajes y música, ya los conoces, siempre suenan con ese tono desenfadado y burlón. Todos están bien, amigo, pero... Sam, especialmente, lamenta mucho lo que te pasó. Nos han prometido que en cuanto puedas intentaran venir a hacernos una visita y tal vez, asentarse aquí con nosotros.

Y sobre Trueno... Dejamos que él y los otros caballos se fueran. Fue difícil decir adiós, pero sabíamos que era lo mejor. Ahora, Trueno, junto con las otras dos monturas, cabalga libre por las tierras que alguna vez recorrimos juntos. Lo vimos perderse entre las montañas, con la misma fuerza y libertad que tanto admirábamos en él. A veces me gusta pensar que, en esa libertad, lleva algo de ti en cada paso que da. Que, en cada trote y galope, lleva consigo el recuerdo de nuestras andanzas, nuestras risas, y nuestros miedos.

Te extraño, no te lo voy a negar. Me sorprendo a mí mismo hablándote como si aún estuvieras aquí, como si un día de estos fueras a aparecer por la puerta, con esa expresión seria y tu cabeza calva reflejando la luz del sol. Sé que es una locura, pero cada vez que algo bueno pasa, no puedo evitar desear que estés aquí para verlo, para celebrarlo con nosotros.

Así que gracias, amigo. Gracias por ser el líder que fuiste, por habernos llevado tan lejos, y por enseñarnos que a veces, sobrevivir es la mayor victoria de todas. Aquí, en estas islas, prometo mantener tu recuerdo vivo. Porque, aunque tú no estés aquí físicamente, tu espíritu vive en cada rincón de esta tierra nueva que estamos construyendo.

Ojalá estuvieras aquí para verlo. De verdad, ojalá estuvieras aquí.

Hasta siempre, compañero.

—Sanzo.

Apocalipsis Z: CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora