Defensa Equivocada

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Autor.

¡Viernes de brujas!

¡Ay, estoy tan emocionado!

¡Faltan ocho capítulos para que termine el tomo!

¿Sienten la tensión?

¡Me encanta!

En fin, trabajé mucho en esto, así que espero se tomen su tiempo para leer y comentar.

No olviden dar a la estrella, mis brujos y brujas.

Beril y yo pasamos una media hora platicando frente a aquel riachuelo apartado del público hasta que llegó la hora de llevarla de vuelta al hospital y de ir a mi competencia, a renunciar.

De cualquier forma, ya me lo habían dicho, nadie vence a los Aesir, excepto los vanir o los Jotüm y viceversa, pero los Jotüm perdieron en la primera ronda contra los vanir y estos perdieron en la ronda posterior contra Odin.

En resumen, podría quedar en un buen lugar aún si me rendía, no necesitaba el primero y seguramente tampoco podría ganar, Mavis lo dijo, el chico era muy fuerte.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Beril cuando me puse de pie.

—No, tienes que descansar.

—Pero quiero ir.

—Iré a visitarte después de la pelea, llevaré algunas amigas —negocié.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Me agaché para ayudarla a levantarse, pero me detuvo.

—Yo puedo, yo puedo —intentó coger sus muletas, pero una de ellas se deslizó colina abajo y al intentar alcanzarla, Beril resbaló.

—¡Cuidado! —me asusté y formé una barrera horizontal sobre la que cayó.

—Ay, eso dolió... —tras suspirar, miró debajo de ella y golpeó con su mano, notando la dureza—. Increíble, ¿lo hiciste sin varita?

—Bueno, mi hermana me hizo practicarlo mucho, antes necesitaba encender mi varita para que funcionara pero ahora, me basta con tenerla en la bolsa para hacer barreras débiles.

—Genial... ¿Y puedes moverlas?

Fruncí el ceño.

—Nunca lo he intentado, ¿por qué?

—Tengo una idea —sonrió emocionada y yo me preocupé.

Al final no fue tan malo, terminamos gritando como locas, divertidas mientras nos deslizabamos por la pendiente solitaria sobre una de mis barreras; la primera vez fue difícil, la segunda casi nos matamos, en la tercera comprendí que mientras la estuviera tocando, mi barrera iría a donde yo.

Llegamos al final y Beril cayó sobre mí mientras reíamos.

—¡Otra vez! —gritó.

—No, no, tenemos que regresar, tu maestra debe estar preocupada.

—Bueno —respondió con un puchero—. Pero lo hacemos de nuevo después. Asentí y bajé de mi barrera, dejándo a Beril encima, uní otra a modo de bardilla enfrente y la sujeté, luego comencé a moverla.

Era más fácil llevar a la rubia así; se sentía como haberla subido en un carrito que apenas pesaba o tenía fricción; incluso subir no fue difícil.

Beril movía los pies alegre mientras llegábamos a la cima y...

—¡Mis muletas! —¿se cayeron colina abajo o las tiró?—. Supongo que tendremos que bajar otra vez.

Transferida a una Escuela de Brujas Tomo IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora