|Capítulo 27: "Cercanía"|

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Iana Bennett.

— ¿Piensas que no trato como mujer? — Pregunto acercándose a mi escritorio con sumo cuidado, sus manos chocaron contra la mesa mientras su dedo de en medio comenzaba hacer círculos sobre la mesa sin despegar su mirada de la mía.

— No veo que lo hayas hecho... además me parece excelente idea que ambos intentemos buscar parejas — Susurre sintiendo su mirada recorrer mis senos, relamió sus labios mientras su barba de pocos días salía a luz.

— Eso nunca va a suceder — Recalco sonriendo.

Quiere sentirse superior.

— Bueno, por tu parte no sé, pero yo si quiero buscar alguien que me trate como su prioridad, no como su juguete — Recalque volviéndome a sentar en mi silla e ignorarlo por completo, no soy idiota y sé que mi actitud suele molestarte cada vez que se ve amenazado o retado.

— ¿Y crees que ese imbécil va a tratarte así? No seas ilusa Iana — Coloco sus manos en los posa brazos de la silla y se afinco en ella para acercar su rostro al mío.

— Aléjate de mí Max.

— Te lo advertir linda...

Murmuro en mis labios con un tono bastante molesto, una de sus manos se posó en mi rodilla, observe su mirada fría y frenética. La forma en la relamía sus labios cada vez que se fijaba en los míos, me ponía nerviosa pero no podía dejar que eso me afectara, no en este momento. Su mano comenzó a apretar fuerte mi rodilla haciendo que me removiera molesta.

— Nadie va a tocarte y hacerte sentir como yo...

Trague saliva mirándolo con desagrado, una sonrisa curvo sus labios con demencia. Solo un suspiro subiendo su mano hacia uno de mis senos, intente alejarme pero su cuerpo me lo impedía y mi corazón estaba desbocado. Max me miro sonriente mientras mis manos comenzaron a empujarme pero me doblegaba en tamaño.

— No me gusta verte con ningún hombre Iana...

Su mano tomo una de mis senos y comenzó a estrujarlo fuerte. Aquella sensacion provocaba dolor, pero un dolor diferente que me hace quejame entre jadeos incontrolables

— Detente Max... — Supliqué y soltó su mano suspirando. Acaricio mi mejilla alejándose de mí dejándome con mi seno un poco adolorido, y mis piernas tensas. Me levante empujándolo con molestia, el retrocedió unos cuantos pasos.

— No volverás a estar con nadie Iana... —Amenazo serio intentado acercarme a mí pero lo detuve — Murmuro mientras yo comenzaba a gritarle miles de cosas ofensivas, el solo curvo aquellos labios mirándome egocéntrico.

— ¡No volverás a tocarme en tu puta vida!

No dijo nada, solo sonreía mordiendo su labio inferior. Acomodo su saco seguido de su corbata para luego mirarme como si no me hubiera amenazado.

— El viernes pasaré por ti para que vayamos a cenar, ponte hermosa — Salió de la oficina como si nada hubiera pasado.

En alguna parte de Seattle...

Caminaba de un lado a otro sin sentido no podía creer lo que estaba a punto de hacer, no sé cómo pude confiar en él, y como iba a traicionar a la persona que más quiero, la habitación del lugar contaba con una mesa en el centro y dos sillas en cada lado. Mientras el hombre me indicó que me sentara enfrente de la mesa iluminada por un foco en el centro miles de pensamientos se cruzaban por mi mente. Llegue a esto por dinero y por tener una vida llena de lujos con el amor de mi vida. Dejando así un destello de destrucción a la persona que más quiero. El tic nervioso de mi pierna me indico que debía relajarme pero cuando la puerta de la habitación.

— Vaya, vaya... Pero miren a quién tenemos aquí. No esperaba verte tan pronto.

Su voz hizo que apretara mis labios viendo cómo se sentaba en la silla enfrente a mí. Sus manos sostenían un papel extraño que me daba muchísima curiosidad, sabía que no era nada bueno.

— Vine apenas me llamaste, ¿De qué quieres hablar?

Susurre cruzando mis brazos sobre mi pecho, mi mirada no perdía de vista la suya hasta que tomo la hoja y la extendió. Fruncí mi ceño viendo como una sonrisa curvaba sus labios con demencia e inquietud.

— ¿Sabes? Hacer negocios contigo fue excelente... Este es el dinero que me debes, te lo volveré a dar...

A mi mente llegaba su rostro tierno e inocente, y de solo pesar lo que estaba haciendo desde hace años y la forma en que solo la había utilizado a mi favor me hacían sentir culpable, aunque no debería hacerlo.

— Este es el contrato, y aquí está el dinero — Extendió un maletín repleto de billetes, en mi interior quería arrepentirme y solo irme pero también estaba el rostro de mi mujer. Me sentía entre la espada y la pared.

— Lo primero que debes hacer es firmar este contrato, y desaparecerás sin dejar rastro ni evidencia, también está estipulado que una vez firmado ella me pertenecerá — Asentí en silencio viendo como me extendía el lapicero mientras uno de sus hombres se colocaba a mi lado mostrándome su arma.

— ¿Qué pasará con ella? — Pregunté tragando saliva.

— Deberías de ir diciéndole lo que pasará, claro pero sin decir nada sobre mí, quiero que sea una sorpresa.

— Ella te odia... Jamás se adaptara a lo que quieres hacer — Me observo serio inclinándose sobre la mesa.

— No me importa lo que piense ella. Estará conmigo quiera o no — Amenazo furioso observándome.

— Estas obsesionado.

— La obsesión es algo muy extraño, pero sí, lo admito, estoy obsesionado con ella y si me la hubieras vendido desde un principio no hubiéramos tenido esta conversación.

Tomé el bolígrafo y firme. Me iré sin arrepentimientos, pero me iré sabiendo que aquí no tengo nada más que recuerdos.

Mas Que Socios ✓1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora