|Capítulo 52: "Joyas"|

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Iana Bennett.

— La hermosa Francia les da la bienvenida.

Hablo el capitán enfrente de nosotros, la hermosa costa se encontraba oscura debido a la lluvia que hace unos minutos había cesado. El ambiente entre Max y yo todavía seguía algo rígido después de aquellas palabras, quería besarlo y abrazarlo decirle que quería estar con él sin importar todo lo que estuviera en juego, pero tenía dignidad y no podía simplemente hacerlo porque yo no había fallado. Max le asintió al capitán quien nos esperaría después de terminar el recorrido, al parecer nuestro viaje iba a ser un poco rápido, Max me había contado que se le presentaron algunos problemas con su empresa y debía de volver pronto a lo que no me negué, me urgía regresar a la empresa.

—  ¿Qué quieres hacer hoy linda?  — Hablo entrelazando nuestras manos, me encogí de hombros dedicándole una sonrisa, a lo que el asintió llevándome hasta una floristería.

—  ¿Qué hacemos aquí? 


Ignoro mi pregunta para hablar en francés con la dueña que nos había atendido en la puerta, pero al contrario de Max el sí hablaba francés. La señora animada y diciendo algo en su idioma le extendió tres rosas blancas, Max me entrego las rosas sonriendo y las tome sonriente para después despedirnos de la señora.

— Espero que te guste este detalle linda.

Murmuro besando mi mejilla para colocar su mano en el costado de mi cintura. Caminamos con sus habituales hombres encargados de nuestra curiosidad. Las nubes grises se volvieron de un color aún más intenso anunciando que llovería, sin embargo, Max no dejaba de verme.

—  ¿Alguna vez te dije que por ti soy capaz de hacer miles de locuras?

Sonríe mientras caminábamos por las calles turísticas de la costa de Francia. — Solo soy tu novia Max, y aun así golpeaste un chico

— Y porque eres mi novia te digo que volvería hacerlo sin importarme nada, eres mi debilidad Iana. Te pondría el cielo si me lo pidieras.

Solté una carcajada sintiendo como volvíamos a avivar aquel fuego que nos caracterizaba, aquella forma tan linda en que solíamos tratarnos, y como esa forma tierna y dulce salía a la luz. Las horas habían pasado, almorzamos en un restaurante muy bonito y ligero, Max me había consentido con una exquisita comida que había pedido al chef. Me comento que hace mucho había venido por algunas inversiones que tenía a su alcance, y que hoy debía pasarse por aquellos negocios.

Mientras íbamos de regreso al yate después de haber conocido la costa de Francia, me quede maravillada observando la tienda de Cartier, viendo un hermoso anillo de plata con un rubí en la punta, era una colección de pendientes colgantes anillos e incluso una peineta de diamantes. La extravagancia de dichas joyas era impresionante y llamativa, me habían encantado por su sencillez, pero también por la elegancia que portaba. 

Sentí una mano posarse en mi cintura, al igual que un beso en mi coronilla que hizo que cerrara mis ojos con una sonrisa. —  Me preocupé mucho cuando te perdí de vista.

No le preste mucha atención, ya que seguía admirando la colección de joyas que me traía hipnotizada.

— ¿Linda? ¿Estás bien?

— S-sí, solo... Me quede observando estas joyas — Respondí acariciando sus brazos en mi cintura.

— ¿Lo quieres?

Negué automáticamente cuando termino de hablar, no quería abusar de su dinero simplemente por unas joyas. Me gustaban mucho y las quería por ser una colección exclusiva, pero era consciente de que no podía pedirlas.

—  Eso debe valer como más de un millón de euros.

— ¿Y eso que? Mejor todavía.

— Max no.

Ordene, pero él me ignoro separándose de mi para tomar mi mano y llevar hacia la entrada de la tienda donde una chica sonriente nos atendió. No dije nada porque no sabía el idioma, solo quería salir de allí, me enganche fuerte el brazo de Max, quien no me prestaba para nada atención, él le comento sobre la colección de joyas. Luego de terminar la conversación entre ambos Max se giró viéndome para explicarme que debíamos hablar al gerente.

En cuestión de segundos un hombre de traje con un porte elegante nos recibió en la tienda.

—  Esperábamos con ansias su llegada señor Davis — Contesto en nuestro idioma y agradecí al cielo para entender la conversación.

—  Estaba haciendo algunos planes.

Respondió y el hombre poso su mirada en mí —  Bienvenida señorita Bennett.

Asentí sonriendo viendo como ambos comenzaban hablar de temas triviales la confianza que ambos se tenían me dio a entender que eran amigos o se conocían desde hace tiempo.

—  Mi novia se interesó por la colección de joyas en rubí que se encuentra en la vitrina — Comento Max relamiendo sus labios.

—  No, no señor, fue una confusión.

Recalque sonriendo apenada pero las me recrimino colocando su mano en mi espalda baja palmeándola delicadamente para después guiñarme un ojo juguetón. El amigo de Max llamo a varias chicas pidiendo que trajeran la colección de joyas hasta dejarla en la mesa.

—  Vaya, a mis clientas femeninas no les emociona las cosas sencillas, me asombro que pidiera ver esta colección. Max sonrió viendo mis mejillas sonrojadas.

—  No le gustan las cosas extravagantes, solo quiero complacerla — Mire al suelo apenada de la situación.

—  Es una colección de joyería muy especial. Perteneció a una de las princesas de Francia, las joyas fueron regalo único y hecho a la medida del príncipe de España quien añoraba conquistarla — Una sonrisa se posó en mis labios.

— No se sabe si eso sucedió en verdad.

Contestó Max antipático a lo que solo di un manotazo en su brazo. Mire al hombre quien abrió la caja de terciopelo, Max tomo el collar haciendo un ademán para que recogiera mi cabello, sus manos colocaron el liviano collar en mi clavícula. La pieza de rubí colgando sobre mi cuello llamando la atención de las personas a nuestro alrededor. Luego tomo la pequeña pulsera con piedrecillas en rubí colocándola sobre mi mano derecha, coloco los pendientes a juego y por último tomo el anillo tomo mi mano insertando el anillo en mi dedo.


Aquella acción hizo que mi corazón se acelerara por la forma tan hermosa en que había colocado el anillo. La sensación de nervios y aquel hormigueo en mis manos hizo que me quedara como tonta mirando sus ojos.

—  Mierda, jamás me cansare de decirte lo mucho que te quiero Iana Bennett.

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