𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈

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El ambiente navideño se filtraba por las grietas de la puerta cerrada de la habitación de Rose, creando una atmósfera festiva que contrastaba con la tristeza que se vivía dentro. Rose, sumida en sus pensamientos, se aferraba al borde de la cama como si quisiera evitar enfrentar la realidad. La promesa de quedarse en su habitación hasta el día de regreso había sido cumplida a la perfección, pero no era un logro que la llenara de satisfacción.

El día tan esperado había llegado, pero en lugar de alegrarse, Rose se refugió aún más en su propia melancolía al regresar a casa. El hambre que antes la asediaba había desaparecido, sustituida por una indiferencia que la llevó a entregarse al sueño como única vía de escape. El silencio entre las hermanas Granger era palpable, un muro invisible que separaba sus mundos emocionales.

Hermione, con un peso en el corazón, había decidido no dirigirle la palabra a Rose desde su llegada. Las miradas furtivas y los suspiros ocultos eran testigos mudos de la tensión que se cernía sobre ellas. Convencida por Luna y Ginny de mantener la verdad oculta a sus padres, Hermione había tejido una mentira piadosa sobre la salud de Rose, asegurando que se recuperaría pronto y todo volvería a la normalidad. Pero en lo más profundo de su ser, Hermione sabía que aquello estaba lejos de ser cierto.

— Mi pequeña Rose —susurró con dulzura—. Cariño, ven, sal de la habitación. Hoy es Navidad, ¿no le piensas abrir a papá?

Rose levantó la mirada, los ojos enrojecidos revelaban las noches que su único remedio de olvido era dormir. Aunque su boca no emitió sonido, la expresión en su rostro hablaba de la tormenta interna que la asolaba. La habitación estaba sumida en un silencio denso, solo interrumpido por la suave cadencia de la lluvia golpeando la ventana.

Se deslizó con pesadez de su cama, como si el simple acto de levantarse requiriera un esfuerzo monumental. Con movimientos mecánicos, quitó el seguro de su puerta y regresó a la cama. El tintineo metálico del seguro resonó en la quietud de la habitación, un eco sutil de la barrera que Rose había erigido para protegerse del mundo exterior.

Su padre, Ross, observó con ojos cargados de tristeza mientras ella se envolvía entre las cobijas. La preocupación estaba grabada en cada línea de su rostro, marcando la impotencia de un padre que anhelaba entender y aliviar el dolor de su hija.

—Estaré bien, papá —murmuró Rose, su voz apenas audible bajo el refugio de las mantas.

Ross asintió, pero su mirada seguía anclada en ella, como buscando respuestas en la oscuridad de la habitación.

—Es imposible no preocuparme. Solo quiero saber que todo está bien en el colegio —confesó con sinceridad.

—Todo bien —respondió Rose sin mirarlo.

Ross se acercó a su hija y le tomó suavemente el rostro entre las manos. —Sé que a veces resulta difícil estar en ese colegio y que hay compañeros que no te consideran apta para estar ahí, pero deberías enfocarte en demostrarles que están equivocados— le dijo, acariciando el cabello de su pequeña Rose con ternura.

—Es injusto —se cortó la voz de Rose mientras miraba a su padre con los ojos cristalinos. —Estoy cansada de esforzarme, estoy cansada de que...

Rose no pudo contener las lágrimas, y sus pensamientos se entrelazaron con sus emociones. "Draco me vea como una sangre sucia y no vea lo que realmente soy," concluyó en su mente, pues no quería que su padre conociera los sentimientos revueltos que la atormentaban. Ross asintió comprensivo y la abrazó con fuerza mientras Rose dejaba que sus lágrimas fluyeran liberando la carga emocional que había llevado consigo.

—Ya sé, cariño, pero verás que encontrarás a alguien que sepa apreciar tu verdadero ser —dijo Ross con una sonrisa tranquilizadora,— Hermione dice que hoy vendrá tu amigo, Benedict, ¿no? Hablaste de él en las vacaciones de verano.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora