𝐗𝐋𝐈𝐈𝐈

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Rosella avanzaba entre Theodore y Lucius, con el eco de la cabaña consumida por las llamas resonando en sus oídos. Aunque la idea de la traslación causaba cierta aprehensión en Rosella, Lucius insistió en llevarlos a otro lugar. A pesar de los riesgos que su estado podía implicar, Rosella optó por seguirlos, y finalmente, el entorno se transformó a su alrededor cuando llegaron a un lugar desconocido.

Los primeros indicios de la nueva ubicación se manifestaron en el mareo que comenzó a apoderarse de Rosella, una reacción predecible ante la abrupta transición. Con firmeza, Theodore la rodeó con sus brazos, proporcionando un ancla en medio de la marejada dimensional. Su presencia calmaba los mareos, y Rosella, finalmente, logró estabilizarse.

Con gestos preocupados, Theodore ajustó la chamarra azul que le había colocado para protegerla del viento que soplaba en ese nuevo lugar. Rosella llevaba consigo, bajo la chamarra, una sudadera de Slytherin que Draco le había regalado y que guardaba en la bolsa. La prenda, sin embargo, ya no conservaba el distintivo olor de Draco, a pesar de eso le aseguraba que no pasaría frío.

A medida que se acercaban a la casa desconocida, Rosella intuyó que no se trataba de la imponente Mansión Malfoy. Esta casa parecía esconderse más allá de los límites de lo normal, envuelta en un manto de misterio. De sus sombras, una mujer emergió, rompiendo el silencio con su presencia.

—Narcissa, te dije que yo la llevaría dentro —dijo Lucius, su voz cargada de preocupación, sus ojos buscando los de su esposa en busca de comprensión y apoyo.

Narcissa, con la mirada fija en algo que solo ella podía ver, se acercó a Lucius sin detenerse. Su expresión era un torbellino de emociones, desde la incredulidad hasta la necesidad de confirmación.

—¿Es cierto? Lo que vi, ¿Es cierto? —inquirió, sus ojos buscando la verdad en el rostro de Lucius.

El patriarca de los Malfoy asintió, una sola inclinación de cabeza que selló la veracidad de lo presenciado. La luz en el rostro de Narcissa Malfoy se iluminó de pronto con una sonrisa, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros. Sus ojos, cristalizados por la emoción, se dirigieron a Rosella, quien permanecía entre los brazos de Theodore.

—Vamos, entra, debes tener hambre —instó Narcissa, su tono ahora lleno de ternura, y se acercó a Rosella para acariciar con delicadeza su cabello castaño.

—Mi niño, gracias a Merlin estás bien —dijo, depositando un beso suave en la mejilla de Theodore, mientras sus ojos brillaban con gratitud y amor maternal.

—Todos tus trucos para sobrevivir me han servido muy bien —admitió Theodore, sus palabras cargadas de reconocimiento y admiración, sin soltar a Rose, como si temiera que desapareciera si la soltaba.

Una vez que todos habían pasado, Rosella escudriñó ansiosamente su entorno en busca de Draco. Sin embargo, nadie se atrevía a brindarle la información que ansiaba: ¿estaba bien? ¿Realmente había decidido quedarse con Isadora? Necesitaba respuestas, anhelaba su presencia.

—Querida, él no está aquí —intervino la voz de Narcissa, guiando a Rosella para que se sentara en el comedor,— Se ha quedado en la mansión con...

—Su esposa —completó Lucius, provocando una mirada reprobatoria de Narcissa,— No estoy mintiendo. Draco se vio obligado a casarse.

—Era eso o que mataran a tu hijo en la misma ceremonia —añadió Narcissa, haciendo que Rosella la mirara con una mezcla de incredulidad y dolor.

Después de un momento de silencio tenso, Rosella finalmente rompió el hielo con una pregunta llena de angustia.

—¿Por qué no vino con nosotros? —inquirió, buscando respuestas en los ojos de Narcissa.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora