𝐗𝐗𝐗𝐈𝐕

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Rosella se despertó en su habitación inundada por la cálida luz del nuevo día. Los rayos del sol se filtraban suavemente a través de las cortinas, pintando destellos dorados en la estancia. La atmósfera tranquila envolvía la habitación, aportando una serenidad especial que parecía impregnar cada rincón.

Mientras Rosella se movía ligeramente entre las sábanas, interrumpiendo su sueño, abrió los ojos lentamente, revelando un par de iris que capturaron la escena frente a ella. Su mirada se posó en Draco, quien descansaba a su lado sumido en la paz del momento. Los destellos de luz acariciaban sus facciones, resaltando cada detalle y añadiendo un aura de tranquilidad al ambiente.

Draco reposaba de lado, permitiendo que Rose examinara cada rasgo con detenimiento, como si fuera la primera vez que lo veía. Su cabello rubio, con tonalidades palatinas, caía despeinado sobre su frente, otorgándole un atractivo desenfadado. Los labios entreabiertos de Draco sugerían un sueño profundo, y cada rasgo de su rostro parecía esculpido con elegancia. La sola presencia de él provocaba en Rosella una mezcla de admiración y timidez, un cóctel de emociones que la hacía sentirse vulnerable ante la intensidad del momento. En ese instante, Rosella no pudo evitar sonrojarse al contemplar la presencia de Draco a su lado.

Draco lentamente abrió los ojos, su mirada se posó en Rosella, que yacía a su lado en la cama. Esperaba con ansias escuchar las palabras que saldrían de los labios de la joven, anhelando una respuesta que confirmara sus expectativas.

—Buenos días —saludó Rose, acurrucándose en el pecho de Draco como si quisiera aprovechar cada momento juntos antes de enfrentar la rutina del día—. Debo irme a clases, tengo que ponerme al corriente de todo.

Draco, con paciencia, esperó a que ella continuara, dejando que las palabras fluyeran naturalmente de sus labios.

—Es claro que después de lastimarme por entrenar sola para los partidos, las clases hayan avanzado. Los profesores seguramente me dejarán todas las tareas para el día siguiente —explicó Rose con simpleza, revelando la razón de su apuro matutino—. ¿Todo bien? Parece como si hubieras olvidado lo que me pasó —añadió con una sonrisa, desafiante pero dulce.

—No, solo que acabo de despertar. Sabes que despierto despistado —respondió Draco, esbozando una sonrisa cómplice mientras ella asentía comprendiendo su explicación.

Con movimientos coordinados, ambos se levantaron de la cama. Draco la observó con atención mientras ella se preparaba para salir.

—¿Vendrás esta noche? —preguntó Rose.

—Sí, estaré aquí puntual —afirmó Draco, clavando su mirada en la de ella mientras se ponía de pie—. Cariño, recuerda que siempre te buscaré yo mismo, no mandaré a alguien más.

Rose asintió, ligeramente confundida por la intensidad de sus palabras, pero decidió no darle mayor importancia. Draco la observó con detenimiento, como si temiera que en cualquier momento ella descubriera algo que la hiciera recordar lo sucedido aquella noche. Sin embargo, Rose mantuvo su sonrisa, ajena a cualquier sospecha.

—Bien —respondió Rose con naturalidad—. Tal vez esta tarde me reúna con Ginny y Luna, les diré que cuidaste de mí cuando pasó mi accidente.

Draco asintió, aunque su expresión seguía mostrando una preocupación oculta. Sabía que debía tener cuidado con los demás, especialmente con Isadora. Agradecía que Benedict no formara parte de los mortífagos, lo que hacía más fácil mantener el secreto, pero Isadora era una pieza importante en esa oscura organización.

Draco suspiró aliviado, pero en su interior, persistía una inquietud. No había visto a Isadora desde que había borrado el recuerdo de aquella noche, y esa ausencia lo inquietaba. Sabía que no podía deshacerse de ella tan fácilmente, ya que su papel en los mortífagos la convertía en alguien valioso y, por ende, peligroso.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora