𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈

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La suave caricia que acariciaba con lentitud la piel de Rosella la hizo retorcerse levemente, como si despertara de un profundo letargo. Movió su cuerpo con parsimonia, sintiendo un ligero dolor que se deslizaba por sus miembros. Cuando finalmente sus ojos se abrieron con languidez, la caricia se detuvo abruptamente, sumiendo la habitación en un silencio expectante.

—Rose, al fin despiertas —murmuró Hermione con los ojos llenos de lágrimas, sus palabras resonaron con un dejo de arrepentimiento—. Perdón, no debí decirte eso, no debí juzgarte. —Sus manos tomaron suavemente el rostro de Rosella, como si temiera que se desvaneciera entre sus dedos—. Si te hubiera perdido, no podría seguir viviendo.

Mientras Hermione expresaba su angustia, Harry, sentado a un lado, interrumpió con calma:

—Hermione, la estás asfixiando.

—Sí, lo lamento, cariño. ¿Cómo estás? ¿Qué es lo que recuerdas? —preguntó Hermione ansiosa, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y remordimiento.

Rosella comenzó a relatar lo poco que recordaba, cuidadosa de omitir cualquier mención de sus conversaciones con Morgan. Guardó silencio sobre el eco de la voz de Draco que había resonado en la enfermería poco tiempo atrás, consciente de que ahora, en su ausencia, solo podía atribuirlo a su imaginación. Hermione la escuchó atentamente, sus ojos reflejando una mezcla de alivio y culpa. Sentía el peso de las palabras imprudentes que le había dirigido, reconociendo su fracaso como hermana mayor al no medir las consecuencias de sus acciones.

—Nos alegra ver que has despertado, Rose —dijo Harry con una sonrisa sincera—. Luna y Ginny han estado esperando a que despertaras para entrar. Mione, será mejor que las dejes entrar.

—Sí, yo me quedaré toda la tarde cuidándote —se propuso Hermione con determinación—. Tranquila, nadie va a molestarte.

Rose se sumió en el silencio mientras escuchaba cómo Luna y Ginny reemplazaban a Harry y Hermione en la habitación.

—Matilda dijo que discutiste con Morgan —habló Ginny, acercándose a la camilla donde yacía Rose—. ¿Qué fue lo que pasó?

—No te presiones, Rose. Si no quieres contestar, te entendemos —añadió Luna, tomando asiento cerca de ella.

—Dijo muchas cosas —habló Rose con lentitud, evitando el contacto visual—. Isadora fue la responsable de todo el asunto de los pergaminos.

—Lo sabía, maldita —se enfureció Ginny, apretando los puños con rabia mientras sus ojos lanzaban destellos de indignación,— No puedo creerlo.

Rose, con la mirada baja, asintió levemente, sintiendo el peso de la situación. —Me molesté porque Morgan volvió a la misma idea de la importancia del linaje, dándole la razón a Isadora —confesó Rose, omitiendo su revelación como si fuera un secreto incómodo que prefería enterrar.

El silencio pesado se instaló en la habitación, solo roto por la respiración agitada de Ginny. Luna, siempre en sintonía con las emociones del grupo, rompió el hielo con su voz etérea. —Draco vino —anunció, haciendo que Rose y Ginny levantaran la mirada con sorpresa y confusión,— ¿No se lo íbamos a contar?

Ginny, con una media sonrisa que revelaba complicidades, contestó: —Sí, Luna, pero no tan directo. Hermione nos pidió que no te dijéramos nada, pero Theodore insistió en que debíamos hacértelo saber.

Rose, intrigada, arqueó una ceja. —¿Qué fue lo que pasó? —preguntó, observándolas con curiosidad.

—Hermione encontró a Draco sentado junto a ti, yo entré con ella —explicó Ginny, su voz cargada de un matiz entre preocupación y juicio,— Él estaba sosteniendo tu mano. Incluso yo noté que parecía preocupado por ti. Pero Hermione le gritó que se fuera, que él había sido el causante de todo esto.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora