𝐋

1.6K 212 14
                                    

30 de Abril de 1998

Los cuatro meses transcurridos para el pequeño Zephyro se habían transformado en un período mágico y dichoso. El niño estaba rodeado de amor, abrazado por sus padres, sus abuelos y sus tíos, quienes lo colmaban de regalos encantados. A pesar de la felicidad que irradiaba la familia, la sombra de la preocupación se cernía sobre ellos. La comunidad mágica italiana estaba al tanto de la posibilidad de que Draco y Rosella se encontraran en algún lugar entre los muggles. Aunque su casa en el sur de Italia estaba fuertemente resguardada, la pareja no podía permitirse confiarse, sabiendo que la seguridad era solo una probabilidad entre miles.

La habitación compartida por Rose y Draco estaba sumida en un silencio penetrante. Apenas la luz tenue de la luna se filtraba, revelando el delicado abrazo de Draco alrededor de la cintura de Rosella, quien reposaba plácidamente. Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. Aunque Zephyro no era propenso a despertarse durante la noche, las últimas noches se habían visto interrumpidas por sus llantos.

Fue en una de esas noches cuando Rosella, frunciendo el ceño con los ojos aún cerrados, se despertó al escuchar los sollozos del pequeño. Se disponía a levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo, Draco la detuvo con suavidad, acercándose a ella para susurrarle al oído.

— Yo me levanto, sigue descansando —murmuró Draco, mostrando su preocupación y disposición a enfrentar las noches inquietas, dejando que Rosella disfrutara de un merecido descanso.

Asintiendo con agradecimiento, Rosella observó cómo Draco se levantaba y se dirigía hacia la cuna. Al cargar al pequeño, se acercó a la cama, donde el llanto persistente del bebé llenaba la habitación. Draco intentó calmarlo con palmaditas en su espalda, mientras se recostaba boca arriba con el pequeño en su pecho.

A su lado, Rosella se giró y se acomodó en el hombro de Draco, sintiendo la calidez reconfortante de su presencia. El pequeño, aprovechando la cercanía de su madre, agarró su dedo y, mágicamente, quedó en silencio.

— Parece que se está acostumbrando —comentó Rosella, sin alejarse del hombro de Draco.

— Yo también me estoy acostumbrando —respondió Draco con los ojos cerrados, pero sin soltar a su pequeño.

El bebé, en su propio lenguaje de balbuceos, animaba a sus padres a despertarse. En su mundo infantil, amaba sentir las miradas amorosas de sus progenitores y los abrazos reconfortantes. Aunque aún no podía expresarlo con palabras, buscaba la atención de Draco y Rosella de la manera más tierna y eficaz: balbuceando y llamando la atención con sus pequeñas manos. Era un vínculo silencioso pero poderoso que crecía con cada noche compartida.

— Dame, yo lo duermo —dijo Rosella con dulzura cuando el pequeño Zeph no paraba de moverse en el pecho de Draco, sus ojitos curiosos aún abiertos.

Rosella sonrió y se incorporó de igual manera, tomó un vaso con agua de la mesita cercana. Draco, por su parte, comenzó a jugar con Zeph, dándole vueltas, lanzándolo suavemente con destreza mágica, mientras Rosella observaba la escena con una sonrisa desde lejos.

Sin embargo, cuando desvió la mirada hacia la ventana, su expresión se desvaneció poco a poco. Una sensación de que los días se estaban agotando la invadió, y la ansiedad que le provocaba esa idea hacía que sus manos temblaran ligeramente.

— ¿Todo bien? —preguntó Draco acercándose a ella, notando el cambio en su semblante.

— Sí, veo que has aprendido rápido, Zeph ya se está durmiendo —respondió Rosella con una sonrisa forzada, tratando de disimular sus preocupaciones.

— La paternidad hace que tenga dones —dijo Draco, con una sonrisa tierna, acercándose a Rosella para depositarle un beso corto pero lleno de cariño en sus labios.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora