𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈

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La penumbra que rodeaba a Rosella estaba impregnada de un rojo intenso, la sangre que goteaba de alguna herida invisible teñía su rostro y empapaba su vestimenta, creando un cuadro dantesco que pintaba su terror. En medio de esa oscuridad, solo el sonido acelerado de su propia respiración rompía el silencio, un eco incesante de miedo que retumbaba en sus oídos.

De repente, un susurro emergió de las sombras, una voz desconocida que parecía teñida de misterio y amenaza. Las palabras se filtraban en la mente de Rosella como agujas, resonando con un eco siniestro que la envolvía en un escalofrío. "Tu secreto me mantiene con vida", murmuró la voz, como un fantasma que susurraba desde lo más profundo de la penumbra. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Rosella, su corazón latiendo en desesperación.

—Aunque te hayan hecho borrar la verdad, no permitiré que la olvides —continuó la voz, cada palabra resonando como un vaticinio oscuro.

—¿De qué verdad hablas? ¡Dime! —exclamó Rosella con voz temblorosa, su grito resonando en el vacío y disolviéndose en la oscuridad

De repente, la atmósfera se volvió más opresiva, como si las sombras mismas se cerraran sobre ella. Rosella, sintiéndose acorralada, intentó liberarse, buscó desesperadamente un escape en medio de la oscuridad que la aprisionaba. Su cuerpo se movía frenéticamente, una danza desesperada en la penumbra, pero cada intento de liberación resultaba en vano.

—Rosella —el nombre resonó en la oscuridad, un llamado que se aferraba a su conciencia con una urgencia palpable—. ¡Rosella, despierta!

La llamada atravesó el velo de la pesadilla, resonando como un eco lejano que luchaba por liberarla de las garras de aquel oscuro trance. A medida que el grito se intensificaba, Rosella se debatía entre la realidad y la pesadilla, tratando desesperadamente de abrir los ojos y romper las cadenas que la mantenían prisionera en su propio tormento onírico.

El agitado movimiento la arrancó de la oscuridad de sus sueños, y al abrir los ojos, se encontró con la mirada preocupada de Draco, cuyos ojos grises la escudriñaban con inquietud. Rose parpadeó, confundida por un momento, antes de darse cuenta de que esta vez había decidido pasar la noche en la habitación de Slytherin junto a él.

—¿Estás bien? —preguntó Draco con tono preocupado.

Aunque su garganta estaba reseca, Rose miró a Draco. Recordó la imagen de la sangre carmesí a su alrededor, como un charco que la manchaba sin piedad. Sin pronunciar palabra alguna, se levantó de un salto y corrió hacia el baño, donde se arrodilló y vomitó. La sensación de la sangre parecía persistir en sus labios y en su lengua, como si aún estuviera impregnada en su ser.

Alarmado, Draco se levantó de un salto y la siguió, pero Rose, con el pie, cerró la puerta tras de sí.

—Rosella, déjame entrar —ordenó Draco, su voz resonando con insistencia al otro lado de la puerta cerrada.

Sin respuesta, la puerta permaneció cerrada mientras Draco intentaba comprender la situación. El sonido de los retorcijones de Rosella en el interior del baño lo inquietaba cada vez más. Caminaba de un lado a otro, incapaz de permanecer quieto, mientras la incertidumbre se apoderaba de sus pensamientos.

Pasaron minutos interminables antes de que la puerta finalmente se abriera, revelando a Rosella con la palidez aún marcada en su rostro. Se limpió la boca con gestos apresurados, pero su mirada denotaba una vergüenza profunda.

—Lo siento, no quería que me vieras así. Ya me lavé los dientes —murmuró Rosella en un tono apagado, como si el malestar persistiera en sus palabras.

Draco se acercó, preocupación reflejada en sus ojos.

—¿Qué pasó? Rose, necesito que me digas si tuviste una pesadilla —pidió, su voz firme pero llena de inquietud.

𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora