𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈

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El aula de Pociones estaba envuelta en un silencio que solo era roto por el suave rasgueo de las plumas sobre pergamino. Rosella se encontraba absorta en su tarea, tratando de concentrarse en las instrucciones del profesor Snape. Sin embargo, su agotamiento era evidente, y sus párpados luchaban contra el peso de la fatiga.

En un susurro urgente, Ginny interrumpió la concentración de Rosella. — ¡Por Merlín, Rose, lo estás haciendo de nuevo! —exclamó, con la esperanza de que Snape no se percatara de la desconexión de su compañera.

Luna, siempre perceptiva, se unió a la intervención de Ginny.— Rose, Rose,— la llamó suavemente, removiéndola con delicadeza. Los ojos soñolientos de Rosella se encontraron con los de Luna. —Otra vez te estás durmiendo, Snape puede verte—, susurró Luna con preocupación.

—Lo siento —, respondió Rosella en voz baja, desviando la mirada hacia el pizarrón y tomando notas mecánicamente, como si estuviera atrapada en un sueño ligero.

Las últimas semanas habían sido un torbellino para Rosella. El constante ajetreo de estudios, prácticas con el equipo de Quidditch y la acumulación de tareas la habían dejado exhausta. La fatiga la perseguía implacablemente durante el día, llevándola al borde del sueño incluso en las clases más interesantes. 

Historia de la magia y Adivinación se habían convertido en campos de batalla donde su resistencia se veía comprometida, y sus amigas, Ginny y Luna, se habían convertido en sus valientes guardianas, cubriéndola con sus susurros y gestos para evitar reprimendas de profesores o miradas suspicaces. 

Después de que la campana marcara el fin de la clase, el bullicio llenó el aula de Pociones mientras los estudiantes recogían apresuradamente sus libros y pergaminos. Rose, entre la multitud, se encontró con la mirada inquisitiva de Ginny, quien se le acercó con una expresión de preocupación.

—¿Estás segura de que estás bien? ¿Has dormido en las últimas horas, o más bien, Malfoy te ha permitido descansar? —preguntó Ginny con un toque de complicidad mientras Luna se aproximaba a ellas con su característica serenidad.

Rose rodó los ojos, acostumbrada a las insinuaciones de su amiga.

—Ginny, no pasamos todo el día y la noche haciendo... "cosas" —respondió Rose mirando al suelo como si contar los azulejos la mantuviera despierta.

—¿Con qué frecuencia lo hacen? Solo quiero asegurarme de que no te esté utilizando para su satisfacción personal —inquirió Ginny, con una mirada penetrante. Rose soltó una risa ante la ocurrencia de su amiga.

—Deja de bromear —comentó Rose, su risa desvaneciéndose cuando Ginny la miró con seriedad—. No te diré cada detalle. Dos veces a la semana, ¿contenta? Está ocupado con otras responsabilidades, y a menudo simplemente no hay tiempo.

Ginny frunció el ceño, escéptica.

—¿Entonces por qué parece que has estado participando en mil y una actividades? No me digas que es por prácticas y estudios, porque antes podías manejar eso y mucho más —advirtió Ginny, su tono indicando que estaba dispuesta a descubrir más sobre la repentina agitación en la vida de Rose. Esta última simplemente se encogió de hombros, sin revelar completamente las complejidades de su situación.

—Tal vez simplemente se siente cansada —intervino Luna, su voz etérea flotando en la conversación como una suave brisa. —He visto que te desvelas para estudiar.

Rose asintió ligeramente, como reconociendo en las palabras de Luna una verdad incómoda pero irrefutable. Los círculos oscuros bajo sus ojos delataban noches de insomnio y sacrificio en pos del perfeccionamiento académico.

—Sí —confesó Rose con sinceridad, su voz cargada de fatiga y resignación.— Debo irme, esta vez vayan ustedes a comer, yo iré a mi habitación, quiero dormir.

Ginny, preocupada, no pudo evitar despedirse con un breve deseo de cuidado. —Cuídate, Rose.

Ginny se alejó junto a Luna, dejando a Rose sola con sus pensamientos. Cuando Rose caminó hacia su habitación, la penumbra del pasillo envolvía sus pasos, y el silencio del castillo le daba la bienvenida a su soledad momentánea. Al entrar en su habitación, sus ojos cayeron sobre una nota tirada en su escritorio. Con letras cuidadosamente trazadas, rezaba: 

"Deberíamos salir a comer RouRou. Ya convencí a Draco para ir mañana. Por favor, ven con nosotros. Atte: Theo." 

El peculiar apodo que Theodore le había endosado a Rose no hacía más que avergonzarla. La forma en que sonaba resonaba incómodamente en sus oídos, incluso Draco no podía resistirse a burlarse de él. Sin embargo, la reticencia a decirle a Theodore lo que realmente pensaban se mantenía firme. Theodore, a pesar de su fachada un tanto ruda, mostraba su lado más "cariñoso" principalmente con ellos dos, junto a Morgan y Blaise, su especie de familia improvisada.

Después de leer la nota, Rose la dejó a un lado y se dejó caer en su cama. Mientras se envolvía en su cálido edredón, notó cómo las fragancias se mezclaban: su aroma personal y el inconfundible rastro de Draco. Era una mezcla reconfortante que siempre la hacía sentir como si estuviera lo suficientemente cerca de él. Draco, de manera constante, se quedaba a dormir con ella, y esa fusión de olores creaba una sensación de comodidad que la envolvía mientras se sumía en un sueño profundo.

El tiempo parecía detenerse para Rose, quien se sumió en un sueño profundo desde las dos de la tarde. Ajena al transcurso de las horas, su descanso persistía mientras el reloj continuaba su avance inexorable. No fue sino hasta las diez de la noche que Draco cruzó la puerta, y aún así, Rose permanecía inmóvil en su sueño prolongado. Luna, la mejor amiga de Rose, informó a Draco sobre la ausencia de la joven en las comidas y cenas. La última vez que la vio fue al salir de clases, sumida en un sueño que parecía no tener fin.

A pesar de la extrañeza de la situación, Draco atribuía esto a los posibles efectos secundarios del hechizo que Snape le había lanzado. Con esa convicción, se acercó a Rose, convencido de que todo estaba bien, y su presencia calmó las preocupaciones que pudieron haber surgido en su ausencia.

—Rose —la llamó suavemente, removiéndola con delicadeza—, amor, ya llegué —anunció, posando su mano en su hombro.

—Mmm... —murmuró Rose, retorciéndose mientras despertaba lentamente—. ¿Draco? —susurró—. Pensé que llegarías por la noche.

—Es de noche, Rose —respondió Draco, esperando a que ella se apoyara en la cabecera de la cama—. Son las diez y media —informó, sellando sus palabras con un beso en la mejilla de Rose.

—¿Las diez? —preguntó Rose, desorientada—. Me quedé dormida por mucho tiempo.

Draco, que yacía a su lado, respondió con una sonrisa tranquilizadora mientras tomaba su mano con suavidad.

—Sí. ¿Tienes hambre? Lovegood nos dejó comida para que la compartiéramos; dijo que tampoco bajaste a cenar —comentó Draco..

—Sí, tengo mucha hambre —confesó Rose, dejando escapar una risa ligera al mirar a Draco,— . Theodore dijo que quería unirse a nosotros para ir a comer mañana.

—Sí, no tuve opción. No dejaba de hablar ni siquiera en clase —comentó Draco, provocando una risa cómplice en Rose,— Así que lo acepté.

Acomodándose junto a Rose, Draco sirvió un plato rebosante de frutas frescas y tomó la jarra de jugo de naranja que Luna le había proporcionado. Mientras disfrutaban de la cena, Draco se sumió en el placer de escuchar a Rose relatar sus experiencias en las clases. Por un momento, dejó de lado las sombras de la Sala de Menesteres y se sumergió por completo en la melodiosa voz de Rose, saboreando cada palabra como si fuera la sinfonía más encantadora. Prefería perderse en ese momento, en la conexión única que compartían, en lugar de perturbarla con los oscuros secretos que se ocultaban entre las paredes mágicas de Hogwarts. La voz de Rose, su risa, eran las únicas magias que Draco estaba dispuesto a aceptar y proteger.







𝐑𝐨𝐬𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫 | 𝐃𝐌 | +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora