La estatua en el fondo de la iglesia representaba a la Virgen María.
Su rostro se llenó de lágrimas de sangre mientras a sus pies un pequeño rezaba para que llegará el final de sus lamentos.
Desde pequeño le había encantado formar parte del coro de la iglesia.
Un niño risueño con voz de ángel solían decir.Pero con el paso del tiempo las sonrisas se marchitaron, se hicieron forzosas y no quedaba nada del antiguo espíritu infantil.
"¿Qué fue lo que pasó?" Le preguntaron al sacerdote.
"Ha hecho un pacto de silencio para llegar a la paz y reconciliarse con Dios" Contestó aquel.La noche cayó y con ella llegó un escenario ya recurrente.
El padre entró a los aposentos del pequeño, era hora de la expiación y él se encargaría de alejar al pequeño de las garras del diablo con su semilla sagrada.
El pequeño debe de arrodillarse y mantener la vista baja para que el espíritu Santo entre a su cuerpo.
Hay que cubrir de blanco su boca, para limpiar las malas palabras dichas y las promesas rotas.
Hay que ponerlo en cuatro patas, debe de recordar la humillación de ser un animal.
Tiene que arrepentirse de todo, aquellos que no sean puros no entrarán en Reino de los cielos, es el deber del sacerdote limpiar y guiar las almas.
El niño llora lágrimas saladas, no se atreve a hacer ruido alguno pero implora a las imágenes que lo rodean que lo liberen.
La salvación llega en forma de un cuchillo.
¿De dónde salió?
No interesa.Los ángeles lo miran expectantes.
"¿Qué vas a hacer?"La pregunta llega en un montón de voces susurradas, los dedos temblorosos se aferran al filo.
Sabe bien la respuesta.
Ahora su tarea es limpiar el mundo de aquellos que buscan excusar sus actos en nombre del de arriba, aquellos que no tienen límites y se creen intocables.
La gracia divina no les pertenece.
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Un paseo por lo macabro
DiversosPequeños relatos hechos para devorarte... Quiero decir atraparte