Es complicado deshacerme de ese desgastado habito en el que me obligo a sentarme en una esquina a llenar planas con mi nombre legal; el autocastigo ha estado siempre en mí.
Inclusive en mi estado de desconexión, puedo presentir muy al resto; quizá por eso no debería sorprender a nadie que desde los doce llenara mis hojas con el nombre de cualquiera que me cautivara, pero que hoy doblando mi edad no pueda reconocer mis piernas como extensión de mi cuerpo.
Quizá dentro de todo si soy conceptual, pero la distancia literata me ha hecho una romántica.
Borderline.
Siempre al límite de lo que conozco, los grises me atrapan solo en la saturación. Es irónico que mi color favorito sea invisible para mi razonamiento.
Casi como si el concepto de dos o tres palabras se pareciese a las demás.
Definitivamente nunca sería mi labor ejecutar el oficio de diccionario, los espectros se me pasan siempre por debajo de la lupa y nada hace sentido más que a mi persona.
Quizá por eso vivo peleada con la vida, soy incomprensible para mí misma, aunque todo me haga sentido.
Supongo yo que quizá mi única utilidad sea la estética, como el color que decido usar en la hoja o la forma de mi letra. Como los acertijos que viven en mi cerebro hasta que los escribo.
Y me digo que soy buena haciendo esto, quizá porque lo trato con honestidad.
Pero me he puesto a pensar que también puede ser que nadie se ha parado frente mío a decirme como hacerle bien, a diferencia de las tantísimas veces que se me ha dicho que los ojos van a las pupilas, los pies plantados en la zona de 30 cm únicamente, que las manos no se aprietan, ni estrujan, ni se sacuden, que la boca va cerrada, aunque quiera aullar.
¿Sera que mi divergencia es un súper poder ahora? harto arte debió salir de ahí, de mis bolsillos llenos de pedacitos de fibra de vidrio.
Cada vez dudo saber más, se siento como conocer menos, pero a la inversa.
De nuevo, los grises solo los aprecio con la vista.
Años me he estado muriendo por preguntarme si el masking es una fijación.
Para ser un desastre social soy una experta en los detalles.
Bordeline.
A esta altura de mi vida casi cualquier diagnostico me haría sentido.
Jodida por años que no se ni que, que me dan ganas de castigarme con planas de mi nombre porque pienso que se solucionara, soy conceptual.
Pero no.
No quiero explorar nada que sea con la intención de herirme a mí misma.
Definitivamente no soy conductual, soy de causa-efecto en la integridad del razonamiento.
Cuando mama decía que no tenía que saber por qué. Mi vida se chingaba cuando no podía comprender el factor común en un regaño.
Entre mis colores no hay grises, por eso nunca supe distinguir el regaño del castigo, ambos tienen la finalidad de hacerte sentir terrible.
Borderline.
Inhumano, es impresionante como una lagrima en mis ojos es una herramienta de manipulación pero no el cambiar todos tus hábitos cuando se trata de mí.
¿Qué me quieres decir cuando ruedas los ojos, alzas las manos y la voz se endurece? Reconozco la molestia como un trigger, el lenguaje corporal es la fijación que nacio del masking.
Aun así no entiendo que hice mal ¿qué está sucediendo detrás de la emoción?
Puedo enlistar un millón y decirlas en voz alta, es una categoría que tengo en el almacenero de mi mente. Pero pierdo la noción al encontrar la raíz.
Son los grises.
Me da la sensación pesada en mi lógica cuando pienso que debe ser eso (algunos le llaman intuición).
Estoy harta de darme cuenta de la cantidad de cosas que desconozco y he pretendido que sí. ¿Qué tal que he enmascarado hasta mi nombre?
Quizá por eso mis huesos se siente lejos de mi presencia, quizá por eso me considero un concepto.
Podría ser que me he enmascarado tanto mi cuerpo físico como me desprenderé de este texto cuando ponga la letra final.
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Los síntomas de la existencia: Diario.
Non-FictionPensamientos de un humano en crisis