Ataques

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La primera vez fue un extraño apagón eléctrico de media noche; no vi nada hasta que regresó la luz y me tope con el ardor en el cráneo y en mis huesos.

La luz no fue la única en apagarse, mis sentidos también me abandonaron.

Todo ha sido un reflejo para mí. El slowmotion de una película mamalona en que alguien cambia su vida. Aunque la mía nunca cambia con los flashazos y las electrofallas.

De las otras veces no llevo la cuenta, solo sé que han sido muchas. Si fuera una buena niña diría que todas llegaron en soledad, pero tres no, hasta donde cuento.

Cada día desde el primer apagón, ha sido más nítido y vivaz. Pero sigo sintiendo lo mismo, que se reduce a sentir básicamente nada. 

Mis ojos son los únicos que cooperan, y, a veces, mi mente. 

El ardor se ha extendido alrededor de mí, la agresividad en los muslos, la quijada rosada o los dientes chiquitos. La contracción del cuerpo, hacerse bolita y retumbar.

Y los segundos los cuento yo, incluso tengo mi método de reparación. Soy la cabrona que se electrocuta mientras se va la luz, y que, aparte, cambia la bombilla, paga el recibo y se soba las muñecas.

Los voltajes son diversos, por eso me duele en todas partes, dentro, afuera, y arriba, pero al menos mis ojos cooperan.

Solo mis ojos cooperan.

Los síntomas de la existencia: Diario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora