"¿Por qué la gente que se quiere morir no se mata?" me pregunto tendida al borde de la cama, con mi mano extendida sosteniendo un frasco de plástico. Hay una cantidad alta de pastillas de dulce dentro de mi boca, me las he tomado inconsciente al tiro, pensando que era medicamento prescrito.
Juego en mis manos con el bote y de no ser por ello, estaría paralizada por completo. No es la primera vez que me mato ficcionalmente, ni en la vida ni en el mes.
Mi cuerpo arde, y no entiendo nada. No sé porque me siento mal, porque me quiero morir o que es lo que pasa. Las dudas rondan en mi cabeza fría.
No comprendo en lo más mínimo qué cosa es, ¿qué me falta? ¿qué me sobra? ¿que está fuera o dentro de mí para no dejarme vivir? Mis ojos chorrean porque me siento ajena a mi cuerpo y a mi persona. De pronto ya ni siquiera sé dónde empiezo y donde termino.
Cuando lloro, no lo hago de manera dramática, las gotas caen fácil y sin esfuerzo, como si mis lágrimas conocieran perfectamente la salida. Y yo no entiendo cómo es que parece que no puedo hacerlo y al mismo tiempo siguen saliendo.
Y todo es así, en automático, casi como si dijera mi nombre, pero ni de mi nombre tengo tanta certeza.
Me pongo ardiente por dentro, siento en mis órganos el calor y en mis músculos adormecidos las llamas. Es un desgaste emocional y mi piel sensible se eriza por el aire frío, aunque estemos en verano y a 34 grados.
Y como me enajena la situación, paniqueo, respiro muy rápido y nada tiene sentido. Apenas puedo, intento siempre agarrarme de algo, una palabra conocida que me devuelva a la realidad, pero estoy en confluencia.
A veces cuento números del 1 al 8, si puedo, entonces estoy mejorando, pero a veces se reduce la cifra u olvido algunos de la serie. Y sigo llorando, cada vez respirando peor. Llegando al cero, al desmayo, a lo que nunca toco, pero es muy tangible.
De pronto seré consciente de mis manos, que hacen todo por sacar energía de manera inigualable. La energía que me faltaba para salir de cama, ahí está, derramándose sin parar.
Y desconozco porque, pero mis piernas duelen y mi cuero cabelludo, y hay rasguños, moretones, ardor en el rastro de las manos que no pude controlar, y el bote de plástico está en el suelo, las pastillas pasaron de mi boca y todo afuera es un desastre.
Las líneas se ven rectas, la realidad es realidad, yo no siento nada y lo odio. Y aunque quiero seguir llorando, mis ojos pesa, poco he parpadeado. No toma mucho dormir.
Y es ahí cuando confirmo, si puedes irte a dormir y despertar al siguiente día, felicidades Arlette, sigues viva.
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Los síntomas de la existencia: Diario.
Non-FictionPensamientos de un humano en crisis