¿Cómo había llegado ahí? Ni idea, y se perdía tiempo y provecho el siquiera cuestionarlo; lo cierto es que el cielo a esas horas le había obsequiado a Allyson una vista preciosa, dónde se mezclaban y entremezclaban tonos púrpuras y anaranjados en un cielo que anunciaba la lenta pero constante retirada del Sol. Ni los mejores pintores impresionistas podían emular esa belleza descomunal.
Y el viento regalaba también una gentil brisa que refrescaba un sudoroso cuerpo por el calor del verano, ondulando las espigas de trigo que se divisaban por kilómetros, y que también jugueteaban con el vestido de un amarillo pálido que Allyson usaba; su tela era tan delicada, que casi era transparente, y cada movimiento de sus enaguas parecía lleno de coquetería y seducción.
—¡Allyson! —la rubia escuchó de una varonil voz a la distancia, a orillas de un pequeño arroyo que se habría paso en ese trigal—. ¡Allyson, aquí estoy!
Solo podía tratarse de una persona: Ryan, quien descansaba un poco cerca de esas refrescantes aguas tras una jornada de trabajo físico.
—¡Sí, te escucho y te veo! —la quinceañera replicó con chispa y alegría en su anuncio.
Ambos se sonrieron, y en marcha se dirigieron el uno hacía el otro, con pasos que parecían casi despegarse del suelo, ¿cómo no hacerlo? Con cada metro que se acercaban, más notorio eran los atributos de Ryan: unos brazos trabajados y bronceados, inflados por su extenuante labor. Ni siquiera usaba una camisa, o cualquier otra prenda, nada cubría su torso. Si los pintores se quedaban cortos por ese precioso atardecer, esos preciosos abdominales dejan en vergüenza a los grandes escultores clásicos o neoclásicos. Por ese cuerpo los griegos y romanos crearon a sus dioses.
—Mi hermosa dama —él declaró—, ¿a qué le debo encontrarte por estos rumbos, aparte de alegrarme esta hora?
Quizá su verbo no era el más sofisticado, —si lo fuera, no le hubiera pedido ayuda en escribir letras—, pero no necesitaba de mucho para hacerla sentir como la reina de un país de amor compartido.
—Pensó que podrías tener algo de hambre —comentó, apenas en ese momento notando que sujetaba entre manos una canasta de vinos, pan y queso.
—Mi bella Allyson, por supuesto que siempre puedo contar contigo y tus consideraciones —respondió sonriendo, y lentamente sujetando las caderas de la rubia—, pero con todo respeto... sólo existe algo que me gustaría comer...
Puede que el gesto fuera demasiado atrevido... pero eso era justo lo que ella deseaba de él; en sus manos, se sintió pequeña, indefensa, pero protegida: por completo a la merced de los caprichos de ese hombre, pero al mismo tiempo, él cautivado por los encantos de su persona.
—¿Y... qué te gustaría comer? —Allyson preguntó con torpeza.
—Pop-Tarts.
—¿Perdón? —la jovencita agitó su cabeza, sin saber si había escuchado bien.
—Quiero decir, que solo hay Pop-Tarts para desayunar hija.
Y sí: aquella frase de "si algo es demasiado bueno para ser verdad, lo más probable es que lo sea" se cumplió a rajatabla: no se encontraba en un trigal enmarcado por un atardecer de ensueño, sino en su cama, con almohada babeada (y cama remojada por otros fluidos), escuchando desde el otro lado de la puerta de su dormitorio la voz de su madre.
—¿Mamá? —dijo con garganta aún adormecida y ojos entre-cerrados.
—No pude hacer las compras, hija —la madre anunció—, así que solo habrá Pop-Tarts para desayunar hoy: lo lamento mucho.
—¿Fue todo un sueño? —la adolescente se lamentó—. ¿No hicimos un hijo entre espigas?
—¿Qué cosa?
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Un Club Entre Dos
Teen FictionAllyson es en muchos sentidos una estudiante perfecta, y se espera mucho de ella de parte de su familia y de su escuela. Por eso sorprende a más de uno cuando termina en detención por, para ponerlo en términos sutiles, romperle el hocico a la capita...