52. Espejito, Espejito

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Aquello se había vuelto una molestia imposible de ignorar, como una piedra en los zapatos: no es grave, pero simplemente eres incapaz de olvidarte, y en ese fino restaurante de comida tan costosa como la deuda externa argentina, el único lugar dónde Allyson pudo hallar un vestigio de desahogo, fue en los tocadores, para ser más específicos, justo frente al espejo de los lavabos.

—Nadie te toma en cuenta realmente, ¿verdad? —la quinceañera le decía a su reflejo—. Todos creen saber lo que es mejor para ti, pero es fácil opinar cuando el daño ya está hecho. Es algo... es algo...

—Disculpe, señorita —una mujer muy mayor con un fuerte acento helénico le llamó la atención—. ¿Le molestaría mucho si acaso me dijera qué está haciendo?

—¿Perdón?

—¿Se encuentra acaso en un momento de duda? ¿En un gran clímax dramático de cualquiera que sea la historia en la qué se encuentre?

Era como si esa mujer pudiera ver a través de su piel y llegar hacía el núcleo mismo de su alma.

—¿Cómo lo supo? —Allyson preguntó con reserva, temerosa, pero al mismo tiempo, expectante, de lo que esa dama de extravagante y anticuado atuendo pudiera contarle.

—Lo digo porque los espejos para clímax dramáticos se encuentran más al fondo.

—¿Perdón?

Aquella señora se posó delante de la rubia adolescente y la guió hacía un pasillo cruzado más largo, también con una hilera de espejos, y también con muchas mujeres, algunas mayores, otras más jóvenes, de frente a esos reflejos suyos.

—No sé cómo contarle a mi marido que mi hijo no es suyo —declaró una mujer en sus treinta—. Una cae en la tentación de un sexy instructor de tenis italiano, y lo tienes que pagar por el resto de tu vida... pero es que, ¿cómo podía resistirme a Vittorio?

—¡No puedo creer que me haya enamorado de ese idiota! —una irascible pelirroja, más o menos de la edad de Allyson, también se dijo—. ¡Solo porque nos la pasamos juntos en una maldita cuarentena! ¿Qué clase de historia de amor es esa? ¡¿Y cómo le digo que a pesar de todo, estoy LOCA por él?!

—¿Cómo les diré a mis padres que no me gustan los hombres? —una joven de edad universitaria y cabellera entintada de azul eléctrico, refunfuñó en esa misma hilera—. La única que me ha hecho sentir como... una mujer completa... ha sido mi profesora de literatura...

—A ver niñas —la señora mayor se les dirigió y aplaudió una vez vez—, alguien haga un espacio porque aquí alguien más necesita desfogarse.

—Va, igual ya terminé —la mujer en sus treinta se ofreció a retirarse—. ¡Todo tuyo, linda!

—¡Gracias! —Allyson respondió—. Y suerte con lo de su marido y... Vittorio. Y... gracias a usted, ¿señora...?

—Paleólogo. Elena Paleólogo III —declaró la mujer mayor en lo que se retiró también, en dirección a la zona del tocador menos habitada por drama.

—¿La Princes...?

—Oh, ni lo menciones, linda —interrumpió la señora—. Lo último que quiero hacer es atraer la atención de más oportunistas dos caras de los que ya de por sí debo de ver, ¡disfruta y ten una buena noche!

Al parecer, la sangre azul real tiene la capacidad de identificar cuando otra de sangre azul, si bien metafórica, se encuentra en dudas o predicamentos, pero con su espacio libre, finalmente podía dedicarse a tristear a gusto y pensar mal de todo y de todos, —exceptuando de Doña Leni, que fue muy gentil—.

—Todo es demasiado perfecto para ser cierto —se dijo—. Excepto... por el chico gay con el que me querían emparejar... pero no me irá tan mal a mí como al pobre tipo cuando sus padres lo descubran, si es que no lo saben ya.

Un Club Entre DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora