51. Un Príncipe De Nueva York

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La Urbe de Hierro, la Gran Manzana, la Capital del Mundo... no, no hablo del barrio de Palermo, sino de la ciudad de Nueva York, la Meca secular; comparado con ello, Toronto era un montón de pistas de hockey con algunas casas alrededor.

Y ni hablar del impresionante apartamento del señor Martin; a la mitad de Manhattan. Bienes raíces tan caros, que debe haber islas caribeñas más baratas en el mercado.

La vista era espectacular; las bellas luces de la temporada, gente yendo de compras entrando y saliendo de algunos de los almacenes más prestigiosos del país, todo bajo las botas entaconadas de una rubia quinceañera canadiense.

—Te dije que es algo de otro mundo —comentó el padre, a pocos pasos de su hija.

—Me imagino que tú ya debes estar acostumbrado a esto —Allyson respondió, sin despegar sus ojos del cristal.

—Y podrías acostumbrarte tú a esto también... si es eso lo que quisieras.

—Papá, yo...

—¡Lo sé, lo sé! ¡Apenas va a ser Navidad! ¡Prometí que no le mencionaré mucho! ¡Trato de no presionarte princesa, es solo que me emociona mucho la idea de tenerlas a ti y a tu hermana conmigo en la ciudad!

El tono del padre denotaba un enorme gusto, pero eso solo recalcó en la cabeza de Allyson una pregunta de la cual, aún no se decidía si es que tenía respuesta, o temía su respuesta.

—¿En qué piensas, princesa? —Malcolm inquirió al ver la total concentración de su hija hacia el mundo al exterior de esas lujosas cuatro paredes en uno de los barrios más codiciados de la metrópoli.

—Pienso... que ha sido un día increíble —Allyson contestó.

—¿Lo crees así, querida?

En otras circunstancias, sí: lo creería con convicción. Había sido una jornada fabulosa, de compras en toda clase de boutiques, probándose una variedad de vestidos, faldas, zapatos, botas, sacos, blusas, suéteres, que parecían no tener fin. Juegos de maquillaje endorsados por estrellas de Kpop, y todo con lugares como 30 Rock o la Quinta Avenida de fondo. Hasta Allyson río un poco porque casi parecía que su padre estaba dejando un estándar inalcanzable de expectativas respecto a los hombres de su vida, todo costeado por una tarjeta de crédito que parecía que podría ser aceptada tanto ahí como en Shangri La.

Alguien, por lo pronto, si parecía disfrutarlo sin condiciones.

—¿Qué les parece? —Jessica inquirió, saliendo de su habitación, engalanada por un abrigo color vino.

Al menos en un sentido, la vida no había cambiado tanto: la mayor de las hermanas, en estado de embarazo o no, simplemente lucía espectacular.

—Me imagino que naces con "eso", o no —Allyson suspiró en admiradora resignación.

—Oh, mi otra princesa —Malcolm comentó acudiendo al encuentro con Jessica con sus brazos abiertos y sonrisa indisimulable—. ¿Saben acaso cuántos solteros envidiarían mi posición? ¿El que comparto ahora el techo con las dos chicas más hermosas de Manhattan?

Si había un positivo neto en esta pequeña incursión al sur de la frontera, era que Allyson podía ver sonreír a su hermana mayor. En muchos sentidos, sí tenía todo el sentido del mundo que ella decidiera quedarse ahí. Haya pasado lo que haya pasado, al menos ahí parecía no ser juzgada por un error que en efecto, es grande, pero por el cual tampoco merece ser señalada hasta el día en que de su último aliento.

—¿Me disculpan un momento? —Malcolm comentó al recibir un llamado en su celular—. Tengo que atender esto, ¿vale?

—Vale —las hermanas corearon.

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